El difícil y poco valorado “arte de educar”

Rajoy y su gobierno deberían aprender lo que ya dijo el espartano y legislador Licurgo en el siglo VIII a.C.: “el primer objeto de un legislador debe ser la educación”

El sistema educativo tiene dos misiones fundamentales: la transmisión de la cultura y la transmisión de valores como elementos básicos de la educación. Sobre la cultura existe coincidencia; acerca de los valores, la unanimidad es más discutible. Ante la evidente ausencia estable de un proyecto educativo compartido por todos, la pregunta es sencilla: ¿puede el profesorado educar en valores cuando la sociedad en la que tiene que educar a sus alumnos neutraliza su labor educativa con valores contrarios a una correcta educación?

Cuando quien preside hoy el gobierno proclama en el preámbulo de su ley educativa (LOMCE) que “la educación es el motor que promueve el bienestar de un país”, pero en el balance del ejercicio de 2017 dedica su falaz optimista discurso en un vano ejercicio de melancolía, no compartido por la mayoría de la sociedad, a que, gracias a su gobierno, se ha ganado un año para la recuperación económica de España (se pavonea por la cantidad de nuevos empleos, pero nada dice de la calidad de los mismos) y que en el problema catalán él y su gobierno están haciendo bien su trabajo pero no le dedica ni una sola frase a la situación educativa ni a los cientos de miles de profesores que gestionan el sistema educativo ni a los millones de alumnos que en él se forman, se puede concluir que al presidente Rajoy y a su gobierno le preocupa poco o nada una de las cuestiones que más afectan a la vida de la sociedad: la educación de sus ciudadanos.

Rajoy y su gobierno deberían aprender lo que ya dijo el espartano y legislador Licurgo en el siglo VIII a.C.: “el primer objeto de un legislador debe ser la educación”. Soledad Gallego en el diario El País del pasado domingo escribía que el gobierno de Rajoy practica la “política del caracol” desde el momento en que no tiene iniciativas ni toma decisiones sobre sanidad, educación, pensiones, presencia internacional, calidad del empleo, etc.; el resultado de su estrategia es el desprestigio de la política. Rajoy y su partido son de esos políticos mediocres que prefieren una mentira cómoda, que les beneficia, que una verdad incómoda.

Desde la psicología, esta forma de hacer política, según “el principio de realidad”, implica “mala conciencia”. Rajoy sabe, o debería saber (también los demás partidos políticos), que la sociedad la compone el colectivo de ciudadanos que sale de nuestros centros educativos: en ellos se educan magníficos ciudadanos y profesionales, bien formados, pero también los corruptos, los defraudadores, los violentos, los “machistas maltratadores y abusadores”, los homicidas, los delincuentes… Y nos preguntamos, ¿se puede hacer algo para evitarlo? Pues algo habrá que hacer, y ese algo tiene su respuesta, no con “la excesiva palabrería y escasos medios”, sino en el eficaz interés por conseguir un verdadero movimiento regenerador y un sistema educativo de calidad bien dotado económicamente y con un número suficiente de profesores y profesoras, valorados y respetados socialmente y con unas conductas sociales y políticas (incluidos los medios de comunicación) que no neutralicen su labor y función formativa docente. Lo decía el austríaco Gustav Mahler, compositor de música clásica: “No hay más que una educación, y es el ejemplo”.

La democracia, palabra de la que tanto se abusa y poco se practica, no es únicamente un sistema político, sino que es esencialmente un modo no impositivo de relacionarse las personas y los grupos sociales. Si queremos una sociedad democrática en la que crezcan la libertad, la igualdad, la solidaridad, debemos dar prioridad a una educación moral y cívica de los alumnos, que apoye y no neutralice la labor formativa de los docentes. Los valores tienen que ser transmitidos, las virtudes han de ser enseñadas, los comportamientos solidarios deben ser impulsados a través de una pedagogía del compromiso cívico. Necesitamos, pues, fábricas de ciudadanía. En cambio, una mirada crítica, que analice con objetividad la sociedad globalizada en la que nos movemos y convivimos, actúa de forma contraria.

Una sociedad democrática en la que se quiere romper con el pasado porque debe ser necesariamente renovada, pero en la que el futuro es pura incertidumbre, deja a la educación y a los educadores sin puntos de referencia. Con el fin de lograrlo es necesario un ejercicio en el que participen todos los partidos políticos y los demás sectores sociales, mediante un debate sincero para discutir las posiciones encontradas y decidir en torno a propuestas capaces de generar los máximos niveles de consenso. Si admitimos que los partidos políticos tienen la obligación de llegar a consensos educativos que beneficien equitativamente a todos los ciudadanos, entre sus objetivos y prioridades estarían alcanzar: una educación que prepare para el empleo y el trabajo digno; que enseñe a pensar, a criticar, a proponer; que aliente el pensamiento científico y la capacidad para el desarrollo tecnológico; que forme para la participación democrática; ciudadanos respetuosos de los demás y del medio ambiente; que valoren la diversidad, socialmente responsables y solidarios, intolerantes ante la injusticia, creativos y transformadores. La tarea es compleja y enorme, tanto en términos teóricos como políticos; pero la complejidad no debería ser una excusa para paralizarnos, sino un motivo para el entusiasmo y la aventura.

¿Dónde están, en cambio, esos partidos, como Ciudadanos, que se presentó como renovador de la escena política española pero que sostiene al gobierno de Rajoy y su estrategia paralizante del cambio regenerador, o Unidos Podemos, de permanente “ambigüedad” y mucha crítica vacía, pero sin serias propuestas educativas?

Estamos viviendo en una sociedad altamente permisiva en la que no es fácil educar; una sociedad consumista en la que es más importante “tener” que “ser”: lo que interesa es el placer fácil, el éxito rápido, el enriquecimiento inmediato; hemos pasado de una sociedad amparada en el principio de autoridad, a una sociedad en la que prevalece el principio de negociación de las normas: si no me gusta, no lo hago. En los medios se exalta la violencia; ésta ya ni repugna ni incomoda; se pierde la sensibilidad y la compasión ante ella; si ésta no se muestra en nuestras televisiones y en sus programas, los medios no venden; nos alimentan e inundan de violencia.

El profesorado pierde ilusión; se ha apoderado de ellos un sentimiento de decepción e impotencia ante la imposibilidad de cumplir su función docente como ellos quisieran, ante la incomprensión de las autoridades políticas, la falta de respeto de muchos padres de familia o la pérdida creciente de su consideración social. Por otra parte, los profesores tienen la conciencia de una disminución progresiva, gradual, de su autoridad frente a los alumnos, a la vez que comprueban la aparición cada vez más frecuente de situaciones de indisciplina, todo ello agravado por una cierta disolución de normas, límites, y reglas de juego que, lógicamente, deberían contribuir a poner orden en el campo de la convivencia.

Y mientras, somos muchos los ciudadanos que nos preguntamos ¿Qué está pasando con la educación y los centros educativos? Éstos reflejan la realidad de la vida y de la sociedad en su conjunto. Lo que está pasando en los centros educativos es que, además de encontrar muchas luces: buena preparación intelectual del profesorado, progreso creciente de los sistemas pedagógicos y de innovación metodológica y altos niveles de calidad educativa, descubrimos muchas sombras: insatisfacción, desconcierto, desmotivación, escasa valoración de su función docente, fracaso escolar y excesivos problemas de indisciplina y de violencia.

Para conseguirlo, es necesario atacar la desinformación y neutralizar las conductas que destruyen o fomentan aquellos contravalores que en el sistema educativo exige a los profesores que deben conseguir de sus alumnos. Las administraciones educativas y los medios de comunicación responsables tienen el deber de defender los valores de la democracia y de los derechos humanos frente a los modernos ataques que subrepticiamente pretenden anularlos: la propaganda, la intoxicación, las noticias falsas y la construcción de bulos son tan antiguas como la convivencia entre la política y la información, pero su capacidad de multiplicación a partir de herramientas tan poderosas como las redes sociales y el acceso casi universal a Internet las han convertido en armas de influencia masiva.

Ser consciente de estos riesgos obliga a las administraciones educativas a buscar fórmulas y códigos deontológicos para contrarrestarlas. Para ello son necesarios debates y acuerdos de todas las fuerzas económicas, sociales y políticas y las autoridades audiovisuales, para alcanzar una legislación específica para combatir la sistemática propagación de la intoxicación informativa con fines políticos, sin saltarse la legalidad y las líneas que impone la libertad de información, pero atentas a bloquear aquellas noticias que supongan la negación de los valores que una sana, plural y democrática educación exige.

El profesorado de los centros educativos no puede por sí solo atender a todas las demandas que la sociedad exige; la escuela puede enseñar valores y derechos humanos y democráticos y promover una convivencia respetuosa, pero esto no asegura tener sociedades más democráticas y educativas. Por ello hay que avanzar hacia políticas que fomenten la responsabilidad, el compromiso social de todas las instituciones del Estado por la educación y su adecuada dotación económica y profesional. La educación es la mejor inversión de un país. Razón tenía Derek Curtis Bok, ex presidente de la Universidad de Harvard, al afirmar: “Si usted cree que la educación es cara, pruebe con la ignorancia”.

Es bueno recordar al displicente y pasivo Rajoy, de memoria selectiva según “sus intereses”, que la pretendida mejora de la calidad educativa que pretendía su gobierno cristalizó en la aprobación de la LOMCE, una desafortunada ley de educación, durante la errática gestión de un ministro que pasará a la historia como el peor valorado, cuyo objetivo era “españolizar Cataluña”, José Ignacio Wert; personaje poco capacitado para dirigir tan importante ministerio, sin experiencia política, pero con excesivo manejo de la manipulación; indignamente premiado como embajador de España ante la OCDE, en una lujosa residencia de 11.000 euros al mes en la Avenue Foch de París, un equipo de dos diplomáticos y otros 10 funcionarios y coche oficial con chófer. ¡Qué bien valoró Rajoy a su inepto ex ministro y qué poco valora, en cambio, el trabajo de aquellos que tienen que aplicar día a día, curso a curso, esa desdichada ley: el profesorado! Dudo, incluso, de que muchos de los diputados que aprobaron la LOMCE, incluido Rajoy por lo que veo, y muchos de los que hoy en las administraciones educativas la están aplicando, la hayan siquiera leído. El propio ministro de educación nombrado para sustituir a Wert, portavoz a su vez del gobierno, señor Méndez de Vigo, manifestó al ser nombrado desconocerla.

Al leer alguno de los apartados del preámbulo de la LOMCE, quien no conozca el articulado posterior y su muy criticable filosofía pedagógica y desconozca a su vez la valoración y el trato que en ella se da a los profesionales que la aplican en las aulas, pensarían, como afirmaba Leibniz en una de su tesis más conocida (pero poco comprendida) que, en educación, “estamos en el mejor de los mundos posibles”.

Por desgracia, en esta sociedad globalizada, dominada por las redes sociales, internet y los medios de comunicación, no es el profesorado quien controla el objetivo más importante del sistema educativo: la educación en valores; son otros agentes externos, imperceptibles a veces, los que influyen en la acción educativa, la controlan y neutralizan con valores contrarios y nada educativos.

Por otra parte, el profesor-educador está obligado a hacer bien lo que le toca hacer; consciente de esta posibilidad neutralizadora y sin desánimos, debe saber plantearse objetivos pedagógicos eficaces, con constancia, aunque sean modestos en apariencia, comenzando por el propósito firme de la importancia de hacerlo y por reconocer que educar en valores es la única manera de conseguirlo, analizando cuáles son los agentes y mensajes de la sociedad que impiden su acción educadora, explicando las causas que lo provocan y midiendo los tiempos, pues una sólida educación no es de efectos inmediatos. Los deseos pedagógicos y responsables de educar en valores contrastan hoy con la experiencia, personal y colectiva, y las cuantiosas dificultades con las que se enfrenta los educadores para conseguirlo.

En la sociedad actual, hay una concepción de la vida y una  visión colectiva de los valores contrarios a los que exigen las leyes educativas; esa concepción de los valores se manifiesta como una resistencia anti educativa, que no debemos minusvalorar y que solo se puede modificar si las administraciones educativas así lo exigen con incentivos de diverso tipo a los que influyen directa o indirectamente en los modelos de valores que, directa o indirectamente, presentan a la sociedad y a los alumnos que en ella viven y conviven. Limitándome en este momento, como ejemplo, a la situación política actual, ¿cómo pueden los políticos exigir que los profesores eduquen en la honradez, responsabilidad y verdad y transformen las conductas de sus alumnos si estos permanentemente ven que las políticas de los que gobiernan y de los que han sido elegidos para dirigir la sociedad están contaminadas por la mentira, la corrupción, el enfrentamiento, el ansia de poder y la desobediencia a las leyes?

En el preámbulo de la LOMCE estos son algunos de sus objetivos educativos:

  • El alumnado es el centro y la razón de ser de la educación.
  • El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, críticas, con pensamiento propio.
  • Detrás de los talentos de las personas están los valores que los vertebran, las actitudes que los impulsan, las competencias que los materializan y los conocimientos que los construyen.
  • La educación es el motor que promueve el bienestar de un país.
  • Uno de los objetivos de la ley es introducir nuevos patrones de conducta que ubiquen la educación en el centro de nuestra sociedad y economía.
  • La transformación de la educación no depende sólo del sistema educativo. Es toda la sociedad la que tiene que asumir un papel activo.
  • El éxito de la transformación social en la que estamos inmersos depende de la educación. Ahora bien, sin la implicación de la sociedad civil no habrá transformación educativa.
  • Elevar los niveles de educación actuales es una decisión esencial para favorecer la convivencia pacífica y el desarrollo cultural de la sociedad.
  • No es imaginable un sistema educativo de calidad en el que no sea una prioridad eliminar cualquier atisbo de desigualdad.
  • Esta Ley adquirirá pleno sentido con el desarrollo de una futura ley sobre la función docente.

NB: Las negritas de este último párrafo es el final del Preámbulo de la LOMCE, aprobada en noviembre de 2013, hace más de 4 años. A fecha de hoy, enero de 2018, aún estamos a la espera de esa ley en la que se reconozcan y se hagan realidad la autoridad, el reconocimiento y la dignificación de la profesión docente. No hay excusas para que Rajoy y su gobierno dilaten nuevamente las medidas. Jamás una ley conseguirá que los ciudadanos se eduquen si no cuenta con los educadores y éstos, con los medios necesarios para conseguirlo y el apoyo de todas las instituciones, en especial, de los medios de información y comunicación. Las siguientes reflexiones pretenden ser una alerta de exigencia a ese escaso reconocimiento y dignificación de la profesión docente.

Analizando los patrones de conducta que vemos en la sociedad en la que vivimos y que reflejan los medios de comunicación a diario, ¿qué respuestas educativas encuentran los alumnos fuera del aula?; ¿con qué contextos y modelos se pueden identificar los alumnos fuera del centro educativo, incluso dentro de los centros educativos? No se nos escapa en estos momentos -y lo hemos visto en abundancia en estos meses en la confrontación entre el gobierno español y el de la generalitat-, las probadas acusaciones de adoctrinamiento político y secesionista en muchos centros catalanes; y, aún más evidente, desde hace años, la oposición del gobierno popular y de la jerarquía católica por suprimir del sistema educativo un modelo de educación en valores democráticos y sociales que representaba la asignatura “de educación para la ciudadanía y los derechos humanos”. De poco sirve intentar educar sobre ciertos valores si éstos no son objeto de aprendizaje o si el alumnado ve que los políticos y los medios de información, actúan en la práctica, de forma contraria a lo que a ellos se pide. Una cosa es ser periodista “ñoño” y otra muy distinta, ser amoral, apoyando en sus escritos y opiniones conductas contrarias a los valores morales y de la dignidad y derechos de las personas.

Es indignante ver programas en los medios de comunicación que repiten una y otra vez escenas y conductas reprobables, títulos sensacionalistas, promociones de personajes descarados sin valores morales que, como anzuelos, pretenden que los televidentes no cambien de canal. ¿Dónde queda el periodismo responsable, pilar de la libertad y de la democracia? Abundan los periodistas que hacen preguntas banales, alimentando el morbo y tertulianos que fomentan el insulto, la controversia, o difunden ideas absurdas o falsas.

¿Qué respuestas educativas encuentran, pues, los alumnos fuera del aula? ¿Con qué contextos y modelos se pueden identificar fuera del centro educativo o, incluso, dentro de los centros educativos?

En una observación y análisis cuidadoso de lo que pasa fuera del aula, en los contextos reales en que ellos ven cómo funciona la sociedad, en sus múltiples dimensiones (política, social, económica, familiar o cultural), ¿cuáles son los valores que se premian, cómo actúan los principales líderes que más aparecen o más son ensalzados en los medios de comunicación al ser contrastados con los que se les recomienda en el aula?; los educadores responsable observan cómo la sociedad en la que desarrollan su acción formativa casi obliga a los alumnos a optar y elegir los valores contrarios a los que ellos les recomiendan. Los alumnos apenas pueden descifrar y entender las claves de lo que se les pide en la escuela y de lo que ellos ven que se practica en la sociedad, hasta no entender qué es lo que se les pide dentro del aula y por eso, o no los cumplen e, incluso, los rechazan. Los paradigmas educativos ya no están situados en los centros escolares ni en el profesorado, sino en lo que los alumnos viven y ven en la “calle”: las actuaciones deplorables de ciertos políticos y empresarios, los banales medios de comunicación, los programas televisivos que alimentan el éxito fácil (incluso en niños y niñas menores) o en las redes sociales…

¿Cómo puede el profesorado construir un proyecto de valores aceptable para sus alumnos si ven que la sociedad les ofrece otro modelo más apetecible y lucrativo que con el que ellos educan? Las trayectorias educativas que el profesorado les brinda son sin duda muy diferentes y menos atractivas, de ahí que se tambaleen los cimientos de la propia institución escolar El carácter limitado de futuro de la economía que la educación les brinda si actúan con los valores que el profesorado les presenta, choca con el triunfo económico, el éxito y la fama que consiguen aquellos que actúan sin esos valores. Estamos creando un producto de sociedad que ofrece exclusión al perdedor, aunque se comporte con valores morales, pero que es inclusiva con el triunfador, aunque su modelo de vida sea conseguir el éxito a cualquier precio y sus valores no sean los que la educación recibida les ha enseñado.

No es posible, ni siquiera suficiente, con que las instituciones, los centros educativos, y el profesorado apuesten por los valores democráticos, la ética, la convivencia, la justicia, la participación, la solidaridad, la inclusión y la equidad, si al mismo tiempo los alumnos no perciben que la sociedad, en especial los que la gobiernan, dirigen o influyen en ella, de la que forman parte y en la que conviven, no actúan y caminan en la misma dirección; es más, si ven que los que dirigen la sociedad se comportan y avanzan en dirección contraria a la que a ellos se les indica. No es posible educar si los modelos de conducta que ven en la sociedad son excluyentes y contrarios a la democracia, la ética, la convivencia, la justicia, la solidaridad y la equidad; ni es posible avanzar en la educación en una sociedad en la que la propia educación y los responsables de la misma, los educadores, no son valorados como merecen en el desarrollo de su actividad.

Mientras la educación apenas interesa y se ha infravalorado la autoridad, el reconocimiento y la dignificación de la profesión docente, se idolatra a “dioses de barro”, con escasos y negativos valores (tantos y variados “messis, neymars, coutinhos y ronaldos”…), mercenarios del dinero, con sueldos y retribuciones insostenibles, escandalosamente considerados, héroes de un deporte que alimenta y difunde notablemente los contravalores del machismo y la homofobia. Pero esto a la sociedad parece no importarle; ¿algunos ejemplos?: CR7, jugador hinchado de soberbia, por el que millones de jóvenes muestran admiración, es un defraudador de millones de euros; pero eso socialmente no importa, millones de niños y adolescentes querrían ser como él: ¡¡¡es el mejor jugador del mundo!!! Otro ejemplo: el morbo de la maldad y el crimen en los medios de comunicación despiertan una atracción inquietante; el caso “Diana Quer” ha merecido la atención esta semana, según Mediacloud, en miles de noticias en prensa, periódicos, televisiones, búsquedas en Google y redes sociales; los medios son un altavoz acelerante de la fascinante banalidad en la que se mueve la ciudadanía. Otro ejemplo: en estos días de la cabalgatas de “reyes magos”, en la COPE, la cadena de los Obispos, esa institución que se opuso, hasta logar suprimirla del sistema educativo, “la educación para la ciudadanía y los derechos humanos”, institución religiosa que tanto habla de valores, el periodista Luis del Val, arremetió contra la “carroza de la igualdad y la diversidad” en el madrileño barrio de Puente de Vallecas, diciendo que sus integrantes “en vez de gays, son maricones de mierda”. Y los obispos, el PP y “Ciudadanos”, aquiescentes y silenciosos.

La cuestión de la profesionalización y la dignificación del profesorado se encuentra en el corazón de cualquier proceso de transformación y cambio de una sociedad que apuesta por la educación; pero se debe contar con los docentes si se quiere hacer posible cualquier proyecto de cambio. Es imprescindible una política de desarrollo profesional de los docentes que incluye aspectos relacionados con su formación inicial, confianza y apoyo a su desempeño en la escuela e incentivos para su mejoramiento de las condiciones laborales y salariales.

Siendo ministro de Educación, Angel Gabilondo afirmaba que “el gran desafío de la democracia es la educación. La democracia es fundamentalmente educación. La educación tiene una dimensión social tan extraordinaria que de ninguna manera puede darse una transformación de la sociedad si no es a través de la cultura y la educación. Y hay que hacer todo lo que se pueda y se sepa para hacer de la educación el gran valor social”.

Son consciente de la excesiva extensión de este artículo, aunque no termina aquí. Tendrá unas nuevas reflexiones sobre cómo repensar y dignificar la profesionalización con y para los docentes. Este será mi objetivo en un próximo artículo.

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