Los colegios están cerrados pero las clases siguen abiertas y los profesores estamos sacando lo mejor de nosotros

Poca gente es consciente del enorme trabajo que todos los profesores estamos haciendo. Ante la ausencia de un rumbo claro, hacemos lo que siempre hacemos: seguir remando. Nuestros niños y niñas viajan con nosotros

8:15h.

El despertador de mi móvil ha sonado hace 15 minutos y ya he agotado el comodín del botón sagrado «posponer». Abro los ojos, subo la persiana y vuelvo a la cama. Un día más, el desayuno tendrá que esperar. Enciendo el ordenador, abro el correo del cole y leo los primeros whatsapps del día en el grupo de profesores. Maldigo al inventor de los mensajes de voz y vuelvo a concentrarme en mi portátil, que desde hace un mes se ha convertido, tristemente, en mi amigo más fiel.

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Accedo a la aplicación que utilizo para comunicarme con mis casi 110 alumnos de 5º y 6º de Primaria. La cosa está tranquila. Solo tengo siete mensajes de chat, son de alumnos que únicamente pueden conectarse a última hora de la tarde, cuando sus padres terminan de teletrabajar. Faltan algo más de dos horas para la primera videollamada del día, hoy me toca hablar con los niños y niñas de mi tutoría, 5ºB. Qué ganas. Pero primero tengo que publicar la información e instrucciones del proyecto que vamos a empezar: Cuentos Antivirales. Nuestros niños y niñas van a grabar podcasts con cuentos que enviaremos al hospital Infanta Leonor de Madrid para que los escuche quien más necesite escucharlos.

Videollamada, el mejor momento

Me ducho volando, engullo un café con magdalenas y llego justo a tiempo. Las videollamadas son uno de los mejores momentos del día. Los profesores tenemos a nuestro alcance cientos de herramientas tecnológicas, algunas verdaderamente útiles, pero ninguna como aquella que nos permite verles, hablarles, escucharles…Cuánto aprendizaje hay en una buena conversación, aunque sea a través de una pantalla. Les pregunto si tienen alguna duda sobre el proyecto y enseguida me doy cuenta de que no es momento para eso. Quieren verse y oírse unos a otros, quieren reír, evadirse un rato de esta situación tan extraña. Justo antes de acabar, una de mis niñas me enseña a cambiar el fondo que se ve en mi cámara. Me flipa y dejo que se note. Se ríen y le pido que comparta su pantalla y nos lo explique a todos. Si hay algo que me gusta más que enseñar, es aprender.

Colgamos y siento cierta sensación de vacío. Pero no hay mucho tiempo para nostalgias, enseguida comienzo otra videollamada con una compañera para terminar de organizar el plan de trabajo de ciencias de 6º. Justo después de colgar mi padre me dice que vamos a comer. La comida es el momento de mayor convivencia con mi familia en todo el día. La conversación que tenemos se parece a la de un día cualquiera de hace unos meses. ¿Qué tal hoy? ¿Mucho lío? ¿Cómo ha ido la reunión? Vivimos en la misma casa, pero no nos hemos visto en toda la mañana.

Termino de comer y vuelvo a mi cuarto.

Tengo que grabar dos vídeos. También en Semana Santa los profes aprendimos a utilizar un programa para grabar nuestras clases, a lo youtubers. Es muy entretenido, pero lleva bastante tiempo. A las cuatro paro para comenzar la tercera videollamada del día, esta vez con mis niños de 6ºA. Hablamos de todo, incluido de la suerte que tienen de poder seguir aprendiendo a distancia. No todos los niños pueden y son conscientes de ello.

Cuando colgamos vuelvo a ponerme a grabar los vídeos y el tiempo parece tener prisa, porque vuela. A veces el programa se cierra y tengo que volver a empezar, a veces paro para contestar mensajes de los niños, a veces comparto dudas con otros profes… Estamos todos igual. No sé cómo, pero son casi las ocho de la tarde cuando mi madre entra en mi habitación, con cuidado por si estoy grabando. Me dice que lo deje por hoy. Ella también es profesora y sabe que no me importa acabar de trabajar a las tantas. Pero además de profe, es madre.

¿Se acabó por hoy?

Le hago caso y apago el ordenador. Cojo el móvil. Mi hermana, que es arquitecta y vive en Londres, me escribe y me pregunta qué creo que va a pasar. Acaba de ver la última comparecencia de la ministra de Educación, la reacción de la consejería y la lluvia de «expertos» en Twitter. Le digo que no lo sé. ¿Acaso alguien lo sabe? Lo que sí sé es que muy poca gente es consciente del enorme trabajo que todos los profesores estamos haciendo. No me preocupa, pero me da cierta rabia.

Estamos sacando lo mejor de nosotros, a pesar de ir contracorriente. La sensación que tenemos es parecida a la de estar en un barco perdido en mitad del mar, bajo la tormenta más grande que hayamos conocido. En nuestro barco hay varios capitanes, ninguno sabe muy bien qué hacer. Y nosotros, los profesores, ante la ausencia de un rumbo claro, hacemos lo que siempre hacemos: seguir remando. Nuestros niños y niñas viajan con nosotros, así que el barco no puede hundirse, eso lo tenemos claro.

Dormir pensando

Termino el día cenando y viendo alguna serie, necesito un rato para mí. Me meto en la cama más tarde de lo que quería y decido retrasar el despertador del día siguiente hasta las 8:15h, renunciando trágicamente al comodín de posponer. Cierro los ojos e intento no pensar para dormirme lo antes posible. No lo consigo. Nunca lo hago. Empiezo a darle vueltas a la cabeza. Pienso en este niño. Y en este otro. ¿Qué puedo hacer para ayudarles?

A la mañana siguiente, el despertador suena puntual. Abro los ojos, subo la persiana y vuelvo a la cama. Los colegios están cerrados, pero las clases siguen abiertas. El desayuno puede esperar.

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