Cada pedrada que recibe un antidisturbios es una derrota para nosotros.
Y otra vez se ha vuelto a repetir la secuencia: una de las mayores manifestaciones de los últimos años, un ejercicio de civismo democrático autoorganizado de unas dimensiones que, en cualquier otro lugar civilizado haría cuanto menos reflexionar a un gobierno, queda diluido por lo que ocurre después. A una hora determinada (miren que curioso, siempre coincidiendo con el telediario), una carga policial injustificada que sirve para que los palanganeros mediáticos de nuestros poderes patrios intenten repartir mierda. Pero esta vez ha habido una diferencia: los antidisturbios han cobrado, al menos, una parte de lo que han repartido. Y eso es algo que me preocupa.
Me inquieta la sensación de victoria que ha quedado en una cantidad significativa de gente, incluyendo muchos compas que aprecio y respeto. Porque, repito, por una vez, los antidisturbios han cobrado y las imágenes que muestran policías recibiendo pedradas, retrocediendo desordenadamente, perdiendo los nervios, asustados y ciegos, acorralados mientras descubren, sorprendidos, que algo ha cambiado, son recibidas como mínimo con una cierta satisfacción.
Confieso que ha sido mi caso. Y es que yo, como miles de personas en España, me he llevado mi parte en estos tres años: cobré frente a su congreso de los diputados, me llevé un par de empujones y un bofetón en algún StopDesahucios y en alguna manifestación y si no me multaron fue gracias a las abogadas de mi asamblea, el 15M Valladolid, que me salvaron de sanciones administrativas saladas. Yo, como miles de personas en España, también he llorado de rabia viendo los youtubes de cargas, insultos y palizas contra manifestantes pacíficos y me he sulfurado al enterarme de que, por orden del director general de la Policía Nacional, desde noviembre de 2011 se han paralizado todos los expedientes incoados a agentes antidisturbios, garantizando su impunidad.
Y esa sensación casi animal de disfrute al verles a ellos cobrar por una vez no la quiero. No me representa. No soy yo, no somos así. No nos alegramos al ver cómo un tipo recibe una pedrada, o queda tirado en el suelo mientras recibe patadas. El alegrarse viéndolas, el justificarlas, es perder y darles la razón a ellos y traicionarnos a nosotros, por cinco motivos claros:
1. Porque cuanto más cobran ellos, más razón nos quitamos nosotros:
Llevan tres años acusándonos de ejercer la violencia, aferrándose a cualquier excusa para intentar deslegitimizar las protestas ciudadanas: poner pegatinas en un portal era ETA, para un desahucio, el nazismo, ocupar una sucursal bancaria, un crimen merecedor de cambiar el código penal. Ahora tienen en bandeja las imágenes por las que llevan suspirando desde el 15M de 2011. Y que conste: las han buscado con todas sus fuerzas, en particular este sábado pasado, reventando la manifestación para entrar a tiempo en el telediario, sin ningún tipo de justificación ni provocación previa. Lo buscan porque si entramos al trapo, les compensa.
2. Porque su violencia es nuestra mejor arma:
El punto de inflexión que nos permitió ganar la complicidad de amplios sectores de la sociedad se produjo el 27M de 2011, con el desalojo de Plaza Catalunya. Las imágenes de la brutalidad de los Mossos, empleándose a fondo contra una masa de gente que no se resistió, combinadas con su difusión por las redes, dislocando el apagón informativo que siempre iba asociado a este tipo de intervenciones, supuso una derrota de proporciones épicas para el mensaje hegemónico. A partir de ese momento, solamente los ultras compraron el mensaje de la violencia ímplicita en las protestas ciudadanas. Para los mossos, en particular, supuso el momento culminante de un proceso de deslegitimización imparable. Nosotros cobramos (porque los porrazos, las patadas y los insultos nos dolieron como si estuviéramos allí), pero ellos perdieron. Desde ahí, cada vez que los antidisturbios han sacado la porra (sea en la JMJ, en la primavera valenciana o en el 25s), nuestra protesta ha ganado fuerza y apoyos.
3. Porque ellos manejan la porra y nosotros las redes.
O dicho de otra manera, logras más con tu teléfono móvil que tirando piedras. Porque para que la represión sea efectiva debe ir acompañada sí o sí por el control de la información, por la capacidad para imponer su relato de la historia. Y la base del proceso que estamos viviendo es que, por primera vez en un par de siglos, el poder ha perdido ese monopolio. Así, el esquema clásico de represión brutal y criminalización del colectivo reprimido para justificar dicha represión frente a la mayoría ya no funciona más. Se ha quedado obsoleto, y mientras se dan cuenta, el hecho de que podamos ponerles en evidencia es un arma de la hostia, la principal que tenemos. Y renunciamos a ella entrando en su juego.
4. Porque no somos así.
Tres años de impunidad policial, de bofetones injustificados, de porrazos, lesiones, cargas, insultos y chulería indiscriminada han generado una necesidad de reequilibrio. De que cobren ellos por una vez. Han sido muchas manis viendo comportamientos inaceptables por parte de funcionarios públicos y, lo que es peor, asistiendo a una política sistemática de protección de la mala práxis policial. El verles desorientados, tropezando, recibiendo, genera una satisfacción primaria, casi animal, muy peligrosa. Porque nosotros no somos así. La esencia de las protestas ciudadanas en España ha sido el civismo, entendido como que el nivel ético (y estético) de los gobernados está a años luz del de los gobernantes. Ellos trapichean poder, trafican influencias, faltan a la verdad y, cada vez más, roban a manos llenas. Nosotros -la inmensa mayoría de la ciudadanía-, no. Nuestra fuerza es que creemos que el bien público está sobre el beneficio individual y que una sociedad avanzada no deja a nadie atrás, independientemente de dónde y con qué oportunidades haya nacido. No nos regocijamos ante la violencia, porque la hemos sufrido. Somos mejores que todo eso. Y por eso tenemos razón.
Una de las cosas que más despreciamos del aparato represivo que tenemos, heredado -no hay que olvidarlo- directamente de una dictadura, es el corporativismo con el que actúa. Su incapacidad para ejercer autocrítica a cualquier nivel, su tendencia a taparse aunque sepan que no tienen razón, especialmente cuando no tienen razón. Y haríamos mal en caer en la misma trampa, porque el hecho de que ellos sean los principales responsables de la tensión que hemos alcanzado no significa que nosotros no tengamos descerebrados. Claro que los tenemos. Los hemos visto desde el minuto uno riéndose de los consensos alcanzados por miles de personas, en los que establecíamos que la violencia nos era ajena. Hemos discutido con ellos por su incapacidad para asimilar que nuestras formas de expresión, también por consenso, no incluían banderas de ningún tipo. Hemos tenido que lidiar con ellos durante ocupaciones bancarias o stop desahucios, porque su objetivo era acabar a hostias sí o sí, en la creencia de que la gente necesita “despertar” y para eso nada como la violencia. Les hemos sufrido con su parafernalia de capuchas, piedras y palos en manifestaciones masivas, dispuestos a hablar de su libro a cualquier costo, les hemos visto insultar a las compas que les ha recriminado sus acciones.
Y es que hay una distinción fundamental entre reaccionar para evitar que te peguen (y todos lo hemos hecho, incluyendo el que esto escribe, porque en una carga puedes llevarte un porrazo y es parte del negocio, pero eso no incluye dejarte machacar) y planificar una manifestación en función de la violencia. En practicar el turismo de la pedrada, cubriéndose con la legitimidad que dan millones de personas concentradas pacificamente y contando siempre con la ceguera de los antidisturbios. Y si, hay infiltrados, y si, los infiltrados han intentado reventar manifestaciones, pero la barcelonización de las post-convocatorias no podemos achacárselas a los polis de paisano. Es responsabilidad de una minoría de gente, en su mayoría muy joven a los que luego -y hablo por mi experiencia directa- no ves en un StopDesahucios, en un grupo de trabajo, en cualquier cosa que implique currar de manera constante. Y en su concepción resistencialista no se dan cuenta que le hacen el caldo gordo a los malos, que destruyen una legitimidad que nos ha costado dios, porrazos y ayuda construir y que esto no es un sprint de cien metros por la Castellana tirando piedras y recibiendo pelotazos, sino una carrera de fondo donde no gana quien rompa más, sino quien más convenza.
A mi esta minoría no me representa. Y que quede claro: la responsabilidad de la violencia recae en un sistema político agotado y obsoleto, pero quienes entran en su juego no son parte de mi gente y va siendo hora de decirlo en alto.