Deberes en casa
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Las condiciones materiales de los hogares y la ausencia o precariedad de las redes impiden que todas las familias puedan ofrecer a sus hijos las condiciones esenciales para seguir el curso desde casa.
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El celo del profesorado por trabajar y hacer bien su labor está implicando muchas más horas extra para poder seguir dando clase.
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Así se vuelcan las redes de solidaridad vecinal en combatir la desigualdad que generan las clases telemáticas
El cierre de colegios e institutos ha supuesto una sobrecarga de difícil asunción para muchas familias. En la Administración nadie quiere perder el curso y los docentes buscan cómo avanzar temario, algo para lo que niños y adolescente suelen necesitar ayuda de sus mayores. Para aquellos padres y madres que se ven obligados a salir a trabajar, o que lo continúan haciendo desde casa, responder a esta demanda se convierte en una cuesta cada vez más empinada. Una situación que las redes de solidaridad vecinal pretenden neutralizar.
Aunque este tipo de organizaciones, que se han hecho fuertes durante el confinamiento, han sido más visibles por cuestiones como el cuidado a mayores, lo cierto es que ofrecen todo tipo de ayuda vecinal. También para echar una mano a esas familias y que los alumnos tengan un refuerzo adicional.
Poco antes de que se diera la orden de cerrar los colegios, algunos vecinos de Badalona empezaron a trabajar en una plataforma abierta de contenidos curriculares. David Guerrero, voluntario de Xarxa Solidaria Badalona y vocal de la Federación de AMPAS de la ciudad, explica que vieron que era «una buena oportunidad de usar recursos pedagógicos y tecnológicos para ordenar los distintos temarios gracias a los propios profesores de las escuelas».
Esa plataforma se nutre gracias a un formulario abierto en el que participan profesores de toda la localidad. «Se ha ido actualizando en base a las propuestas recibidas hasta que la Administración ha empezado a proporcionar sus propios recursos», reconoce Guerrero, que lo define como «una respuesta inicial para hacer más accesible el material curricular». «Como padre, cuando encuentras algo para ayudar a hacer los deberes, sueles tener muchas dudas y hemos querido ordenarlo para despejarlas», apunta.
Este activista avisa de que «no tiene que cundir el pánico porque no se siga dando todo el contenido curricular, porque no se puede adaptar como si no pasara nada». «Cada colegio da respuesta de forma diversa según su circunstancia», puntualiza, para señalar que mientras que «hay centros que tienen claro que generar contenidos digitales no era viable por el acceso de las familias, otros saben que sí lo pueden hacer». Y es que la carga lectiva puede tener más implicaciones de las que pareciera a primera vista.
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Ficción y desigualdad en el confinamiento
«Cuando se pone demasiado énfasis en los deberes se generan desigualdades«, sostiene Jesús Rogero, profesor de Sociología en la Universidad Autónoma de Madrid, que agrega que «esto se está multiplicando en el estado de confinamiento». «Que las familias tengan que asumir todo de repente es una ficción, una fantasía. Es mentira», asevera para incidir en que «es algo que no puede ocurrir en general, ya solo en términos de relación social o resolución de conflictos».
No obstante, este sociólogo señala que sí se puede «acercar a suplirlo en condiciones privilegiadas, como son los padres que tienen tiempo y formación suficiente para organizar algo tan complejo como un horario escolar con diferentes materias«. «Si tienes varios hijos, te multiplica esa complejidad porque te tienes que adaptar a la vez a ritmos y demandas de diferentes etapas educativas«, pone como ejemplo.
Rogero desarrolla que, a la hora de generar esa desigualdad, «algunos factores influyen más de lo que nos podemos imaginar quienes no estamos en esa situación«. Es el caso de las condiciones materiales de los hogares, con «elementos como el espacio físico del que se dispone, la temperatura o la luz«. También hay que tener en cuenta otras comodidades que pueda ofrecer la casa, como las tecnológicas, pero también materiales necesarios para llevar a cabo las tareas (por ejemplo, las manualidades de los más pequeños): «Son elementos básicos que no tiene no todo el mundo«.
Además, agrega, «muchas veces la comunicación entre escuela y familias es poco fluida, así que cuando tienen dudas ven que se las tienen que arreglar solas para ayudar a hacer los deberes«. Unas familias que también suelen estar en condiciones de precariedad laboral o con horarios que imposibilitan la conciliación, algo que supone que haya «familias que sencillamente no pueden dedicar el tiempo que requieren los hijos«.
«Como quienes diseñan estas políticas son personas de clase media alta con alto nivel educativo, el arquetipo de familia que tienen en la cabeza para responder a estas políticas es su propia familia, pero no la familia que tiene que lidiar realmente con esto«, relata.
Pero el asunto no acaba aquí. «Las tareas suelen requerir de la presencia, apoyo y acompañamiento, ya que los niños no las pueden cumplimentar solos«, continúa Rogero, que subraya que «cuestiones como la formación o las capacidades pedagógicas de los padres son determinantes para que eso se pueda desarrollar con garantías«.
Ver artículo de Jesús Rogero: Ficción educativa en tiempos de confinamiento[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator color=»juicy_pink» style=»shadow» border_width=»5″][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″ css=».vc_custom_1585482782807{padding-right: 10px !important;padding-left: 10px !important;background-color: #d7ffcc !important;}»][vc_column_text]
«El momento de actuar»
Para intentar que estas familias lleven la situación de la mejor manera, las redes de solidaridad también se están ofreciendo para echar una mano con los deberes o con tareas de refuerzo educativo. «La iniciativa no es algo espontáneo dado por esta situación excepcional, sino que tiene un trabajo previo porque ya lo habíamos planteado para ayudar a las vecinas», explica Julia, integrante del colectivo madrileño Arganzuela 27, uno de los que ofrece este tipo de ayudas.
«Queremos adaptarnos a cada caso personal y a los medios de los que disponga porque muchos de los recursos tecnológicos que se están pidiendo no se tienen en familias trabajadoras», cuenta esta voluntaria, que menciona las videollamadas o notas de voz de WhatsApp como medios para hacer llegar ese refuerzo. En cualquier caso, la demanda de actividades de apoyo a personas mayores «es la que más ha aumentado», mientras que en el caso del apoyo escolar aún no han requerido de estos servicios, ya que han lanzado la iniciativa esta misma semana.
Pero no son solo colectivos. En los últimos días se han organizado plataformas para que ciudadanos puedan ofrecerse a realizar todo tipo de cuidados a título individual. Son los casos de mapas como Apoyo Mutuo Covid19 o FrenaLaCurva.net. Una de esas personas es Laura, licenciada en Biotecnología e investigadora a la que el confinamiento pilló en el paro. «Estaba en casa comiéndome el coco, y en lugar de quejarme me di cuenta de que era el momento de actuar», cuenta esta joven valenciana, que ofrece apoyo para toda asignatura relacionada con la Biología, ya sea en colegios o institutos.
«Vi que habían compartido el mapa en Instagram y me pareció una iniciativa muy interesante para mostrar a gente que está cerca que estás ahí, ya que no puedes contactar de otra forma», relata. «Es importante saber y sentir que estamos contribuyendo, porque en casa da la sensación de que no puedes hacer nada y no ayuda a llevar la situación», señala Laura. «Puse ofertas de varios tipos, pero de momento no me han contactado. Me da la sensación de que hay muchas ofertas y poca demanda, así que veo importante que estas iniciativas se visibilicen y lleguen a quien las pueda necesitar», sugiere.
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Compartir Wi-Fi para que nadie se quede atrás
En Cantabria también se están movilizando para tratar de paliar esa brecha digital y económica entre los alumnos. La Red Cántabra de Apoyo Mutuo, que integra diversos movimientos sociales y cuenta con unos 700 voluntarios en la región, está impulsando una aplicación para compartir redes Wi-Fi con hogares que no se pueden permitir una conexión a Internet. En concreto, a través de un mapa en el que se informa de qué vecinos de su entorno están dispuestos a compartir Internet para que sus hijos puedan seguir las clases.
«Se lo hemos trasladado a la Consejería de Educación porque hay un porcentaje de alumnado que, aunque sea bajo no deja de haberlo, que no está pudiendo acceder a la teleeducación por la falta de recursos, y se intenta solventar con contacto telefónico», cuenta Diego San Gabriel, profesor de Geografía e Historia y uno de los portavoces de Cantabria No Se Vende, que integra esta red. «Esto va a servir sobre todo para cubrir las necesidades del alumnado más urbano», reconoce.
También está la cuestión de los dispositivos, pues «aunque haya ordenador en casa, los padres los pueden necesitar ahora para trabajar, y disponen de ellos en unos horarios muy concretos». Además, se generan problemas como que «el alumnado que en clase no trabajaba es muy difícil que trabaje ahora en casa». «El celo del profesorado por trabajar y hacer bien su labor está implicando muchas más horas extra para poder seguir dando clase«, defiende aunque también señala que «al estar volcados, está habiendo un exceso de tareas en algunos casos y queremos ayudar a que las hagan».
En este sentido, el sociólogo Jesús Rogero explica que «hay una especie de orden, a veces implícita y otras explícita, de que se siga con el curso», que depende del nivel educativo y la comunidad autónoma: «Es difícil establecer si lo correcto es intentar seguir o no, pero lo que está claro es que para algunas familias no es posible».
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