Un ministro para olvidar / El disparate de la Lomce / ¿A dónde nos lleva la Ley Wert?

Durante la etapa de Wert como ministro de Educación y Cultura España entró en el grupo de cabeza de las tasas universitarias más elevadas de Europa.

Diego Carcedo. Periodista

12 de julio de 2015

Un ministro para olvidar

Imagino que José Ignacio Wert, hasta hace unos días ministro de las pesadillas educativas, estará disfrutando del merecido descanso estival al que su renuncia al cargo ha hecho acreedor. Durante su etapa como ministro suscitó más críticas que ninguno de sus colegas pero hay que reconocer que su marcha no puede por menos de merecer agradecimiento.

¡Ya era hora! – exclamaron algunos ¡Menuda liberación que han sentido padres, profesores y alumnos cuando por fin se anunció su despedida!

Claro que sus vacaciones, nada sería de extrañar que lejos de ser placenteras se vean alteradas por el martilleo que le estarán produciendo en su conciencia los datos que resumen el “éxito” de su gestión.

Los castizos aseguran que no dio ni una a derechas ni, aún menos por supuesto, a izquierdas. Los datos con que se despide son de lo más expresivo que puede darse en una gestión lamentable.

Durante su etapa como ministro de Educación y Cultura España entró en el grupo de cabeza de las tasas universitarias más elevadas de Europa. Y esto, claro, provocó una desbandada universitaria que nuestra sociedad pagará muy cara en el futuro. Nada menos que 77.000 universitarios menos adornan su palmarés como ministro siniestro. De paso las universidades españolas han perdido la friolera de 5.000 profesores.

Como se deduce, más no se le puede pedir a un ministro de Educación. Alegra pensar que la lectura en la playa de estos datos le estén haciendo reflexionar, y hasta reconocer que lo suyo fue un desastre.

Pero, ojo, unido a hecho de que reflexione e incluso que se haga el propósito de rectificar, que es cosa de sabios, esperemos que no vuelva a tocar nada público y, mucho menos aún, algo que influya en la suerte de las futuras generaciones.

La ley de Educación sigue en marcha con su hostilidad desacomplejada hacia los estudios humanísticos, dispuesta a humillar la tradición literaria y filosófica-

Jordi Gràcia es profesor y ensayista

9 de julio de 2015

El disparate de la Lomce

Desde hace unos años ha calado la idea de que hemos ido aprendiendo cosas de economía que nunca hubiésemos llegado a imaginar. Nos hemos leído artículos, informes, prescripciones y balances como jamás lo hubiésemos hecho y hemos creído incluso que podíamos tener alguna idea de lo que significa en torno al 2% del PIB de Europa, o algo por el estilo. No es verdad, es una falacia de ilusionistas, y los más prudentes nos hemos limitado a leer en este periódico a Xavier Vidal-Folch, disfrutando con columnas tan contundentes como increíblemente inteligibles, y a menudo a algunos más, consagradísimos economistas como Anton Costas o, más a la estupenda, Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Ellos nos ratifican la ilusión de haber entendido algo de la crisis, los problemas de la deuda, la pública y la privada, y un etcétera generalmente corto.

 

Lo formidable es que ante el drama griego (gente pobre aceleradamente empobrecida) también nos han ayudado, y ahora me acuerdo sobre todo de Stiglitz. Ya no es necesario apelar al propio sentido común (desinformado y banal) ni siquiera escuchar a los economistas que invita el Gran Wyoming, ni hace falta únicamente conjeturar a solas que todo es un inmenso disparate. Cuando Stiglitz sugiere un interés político en la dureza negociadora de los poderes europeos no está haciendo un análisis económico, cierto, sino político.

Sin embargo, la base de su análisis político es precisamente el análisis económico y la irresponsabilidad flagrante de los hoy acreedores a la hora de prestar dinero y hacer negocios. Que nadie me crea: no tengo ni idea. Pero se parece a lo que dice Stiglitz que ha pasado después de que el mismo Stiglitz y otros digan una y otra vez que los últimos seis años de aplicación de las políticas europeas contra el despilfarro, la indolencia y la majadería griega han llevado al país a indicadores propios de las zonas de guerra o catástrofes mayúsculas.

No hay comparación posible entre Grecia y las crisis políticas que ha ido desatando con denuedo José Ignacio Wert, con la abstención mediática de su segundo en el ministerio, José María Lassalle, un hombre de otras maneras, otra afectividad e incluso otra sensibilidad dentro de la derecha o la derecha de centro. El relevo del ministro por razones sentimentales ha dado paso en el cargo no a su segundo Lassalle, como algún ingenuo pudo pensar, sino a alguien que todos los retratos de urgencia dejan muy favorecido, Íñigo Méndez de Vigo, veterano y fiable pero en tránsito hacia el fin de año.

Y sin embargo, la Lomce sigue en marcha con una desacomplejada hostilidad contra los estudios humanísticos, dispuesta a la humillación de la tradición literaria y filosófica, reventona de orgullo por dejar en dos horas semanales el estudio de las literaturas en comunidades bilingües, que acaban dedicadas a la lengua, y sobre todo delatora cuando elimina esas materias tontorronas, quijotescas, valleinclanescas, planianas, goytisolianas o ferlosianas de las pruebas de acceso a la universidad, como si animasen así a los chavales a creer que es de veras una grandísima pérdida de tiempo abrir en el iPad o en la tablet un ensayo de Ferlosio, una novela de Goytisolo o un poemario de Gil de Biedma: vaya chorrada, si ni siquiera puntúa.

Esa aprensión privada está entre profesores solventes que hoy viven con estupor la llegada de la nueva legislación. Cuando lo dicen en público —por ejemplo en el documento titulado ¿Adiós a la literatura?, firmado por Carlos Alcalá, Teresa Barjau y Joaquim Parellada— lo hacen con una argumentación impecable y sin alarmismo de tronío y pandereta porque denuncian un fondo terco: la vejación que la derecha catalana y española en el poder ha aplicado a la tradición humanística clásica y moderna y el desprecio por el placer y la risa de leer a sabios sin corbata, desmelenados o rapados como skins, con manchurrones por todos los sitios, bebedores y procaces, o prudentes y metódicos, y hasta perdularios y delincuentes.

De eso nada, monada, dicen Wert y su ley a quienes vivimos aún en la anacronía de creer que en la literatura y el pensamiento hay placer y saber, o mejor, placer y placer, que es la forma exaltante de saber. Confiemos en que alguien pare el disparate, y si son Íñigo Méndez de Vigo y José María Lassalle, todavía mejor, por hacerlo cuanto antes.

Enlace artículo El País

La crisis que sufrimos no es coyuntural. Es sistémica. Es una crisis de humanidad, que no sólo es económica sino ante todo de carácter ético. Es por esto que se precisa de un sistema educativo que responda a esta realidad y formule retos alternativos a la globalización neoliberal.

Opinión. Fernando Bermúdez López. Médico y Teólogo

2 de febrero de 2014

¿A dónde nos lleva la Ley Wert?

Acabo de leer la Reforma Educativa de la LOMCE, conocida popularmente como Ley Wert. Antes de comentar algunos aspectos de la misma, quisiera señalar el sentido de la Educación en una sociedad en crisis. Porque, digan lo que digan los políticos, la crisis que sufrimos no es coyuntural. Es sistémica. Es una crisis de humanidad, que no sólo es económica sino ante todo de carácter ético. Es por esto que se precisa de un sistema educativo que responda a esta realidad y formule retos alternativos a la globalización neoliberal.

Una globalización bien orientada podría acercarnos a la utopía de un mundo incluyente, plural, solidario, con capacidad para superar  las desigualdades a nivel nacional y mundial, crear conciencia de ´ciudadanía universal´ y trabajar juntos por el cuidado del planeta. Sin embargo, se ha globalizado el modelo capitalista neoliberal, que es la muerte para las mayorías empobrecidas de la Tierra y para el ecosistema. La globalización neoliberal nos está llevando a lo que yo califico de dictadura del mercado. Este sistema económico-financiero y los Gobiernos que lo avalan buscan incidir en el sistema educativo.

Por eso que el gran reto que se le presenta hoy a la Educación es ofrecer pistas que apunten hacia otro mundo posible, más humano, justo, transparente, tolerante, inclusivo y plural, en donde el ciudadano sea sujeto de su destino. Porque la esencia de la educación radica en la formación de personas libres y responsables, con capacidad de pensar por sí mismas, críticas, con conciencia ética, social y ecológica. La Educación debe ofrecer criterios que desarrollen la ética del compartir, la solidaridad, el respeto, la convivencia intercultural e interétnica, el diálogo como método de resolución de conflictos, el desarme de la conciencia y el espíritu de paz. Es así como podremos construir un país distinto y aportar a la recreación de la humanidad.

Este ideal educativo choca frontalmente con la LOMCE, que concibe la Educación desde una perspectiva empresarial. Los centros educativos son visualizados como instituciones de ´domesticación´. Busca que los estudiantes se formen y capaciten para ser agentes competitivos y máquinas productivas  que fortalezcan el sistema de libre mercado.  Se reprime la capacidad de pensar y la criticidad.  Desatiende el desarrollo humano, el crecimiento personal y el espíritu de servicio a la comunidad.  Ha eliminado del pensum aquellas asignaturas que favorecen la creatividad y educan los sentimientos  (arte, música?). La vida emocional del estudiante parece importarle poco. Considera como ´buena educación´ tan solo el éxito académico.

Ha eliminado Educación para la Ciudadanía, asignatura cuyo eje transversal es la  Declaración Universal de los Derechos Humanos y  el respeto a la diversidad. El Gobierno tilda a esta asignatura de ´adoctrinadora´. Francamente, no sé qué entiende por eso, porque si enseñar a los estudiantes a pensar, a respetar la diversidad y defender los derechos humanos es ´adoctrinamiento´, bienvenido sea.

Ha impuesto como obligatoria la asignatura de Religión, siendo España un Estado aconfesional. Es inconstitucional que se establezca como obligatoria y evaluable la enseñanza religiosa. Otra cosa sería que existiera una asignatura sobre el Fenómeno Religioso donde el estudiante se confronte con el hecho religioso y adquiera un conocimiento serio y respetuoso de las distintas confesiones.

A los estudiantes que no asisten a las clases de Religión se les impone como alternativa la asignatura Valores Sociales y Cívicos en Primaria y Valores Éticos en Secundaria.  Sin embargo, estas asignaturas alternativas contienen un fuerte cariz ideologizante. Pero aun suponiendo que fuera una materia humanista e imparcial, la formación en valores éticos debería ser una asignatura troncal para todos, estudien o no Religión. Porque más importante que un alumno salga capacitado en matemáticas, economía,  informática o inglés, es que sea una persona honesta, crítica, responsable, con conciencia social y solidaria.

La Ley  permite que en los colegios concertados la educación sea diferenciada por sexos. Todo lo que es segregación del tipo que fuere es inadmisible, de  manera que «si una ley estableciera unas pautas educativas que condujeran a cualquier forma de discriminación, debería objetarse en conciencia», señala Federico Mayor Zaragoza. Es por esto que la Ley Wert es calificada de discriminatoria y antidemocrática, retrógrada, clasista, politizada y con una visión más economicista que educativa.

La Reforma Educativa debería ser un proyecto de Estado, no de Gobierno y menos de partido. Para ello, el procedimiento correcto es que la reforma hubiera sido elaborada por un equipo amplio, fruto de permanentes consultas con docentes, nunca por una imposición ideológica. De esta manera la Educación, que es la base para el desarrollo humano y económico de un país, sentaría las bases para la construcción de otro modelo social más participativo, democrático, justo e incluyente.

El proyecto de Ley se contradice con las políticas de recortes a los servicios públicos impuestas por el Gobierno. La aplicación de estas medidas de ´austeridad´ en el sistema educativo está provocando el despido de docentes y el aumento de alumnos por aula, lo cual repercute negativamente en la calidad educativa. Y mientras recortan y desmantelan con una mano la enseñanza pública, con la otra financian colegios de élite. No podemos permitir que la Educación se convierta en un privilegio solo accesible para los que tienen dinero.

Finalmente, hay una pregunta clave que hemos de plantearnos: qué modelo de persona y de sociedad queremos. De la respuesta que nos demos surgirá el compromiso hacia el cambio del que está urgida nuestra sociedad. La Educación es tarea de todos los ciudadanos.

Fernando Bermúdez López
Médic Universidad Complutense de Madrid
Licenciado en Ciencias Religiosas por la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid
Teologo por la Universidad Landívar de Guatemala.
Diplomado en Derechos Humanos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

 

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