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Cómo el profesor Marcelino rescató su colegio con muchas pantallas

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El profesor Marcelino Grandmontagne.

El barrio de Armunia ya no celebra romerías tan concurridas como las que en el pasado le dieron fama. Tampoco se ven ya los puestos ambulantes que anunciaban la llegada del día de San Roque. Ni los encuentros de feriantes llegados de los alrededores en los que sacos de alubias y garbanzos se salteaban con morcillas y otros embutidos. El recuerdo de esos años casi se ha extinguido. Y la junta vecinal intenta invocarlo al olor de las castañas asadas en algún que otro magosto en la plaza.

Absorbida por el Ayuntamiento de León en 1968, los paisanos de esta antigua pedanía con poco más de 5.300 habitantes en su censo aseguran sentirse "abandonados" por el Consistorio. La falta de infraestructuras y las deficiencias urbanísticas son dos de sus principales quejas. Y la igualdad en el trato con respecto a sus vecinos leoneses, su única reivindicación.

Desde las ventanas del colegio en el que da clase, el Gumersindo de Azcárate, Marcelino Grandmontagne convive a diario con estas vistas y con 135 alumnos de Infantil y Primaria, una cifra susceptible de variar a lo largo del año dadas las estrecheces económicas en las que viven asentadas muchas de las familias, que a menudo se ven obligadas a cambiar de domicilio.

Muchos padres de alumnos están en situación de desempleo.

"Existe un porcentaje muy alto de padres que no tiene estudios. La mayoría de ellos está en paro, y muchos de los que trabajan lo hacen en la venta ambulante y en la construcción. Además, el 60% de las madres no están incorporadas al mundo laboral", explican desde el centro. "Hay un elevado número de alumnos de etnia gitana (38%), y también muchos que son inmigrantes (52%), procedentes, en su mayoría, de República Dominicana y Marruecos, pero también de El Salvador, Colombia, Ecuador, Pakistán y otras nacionalidades".

Cuando Grandmontagne comenzó a trabajar en este centro, "problemático" era el adjetivo más usado por los vecinos a la hora de describirlo. Pero algo pasó hace dos años. Hoy los profesores aseguran que la conflictividad se ha reducido. El rendimiento de los alumnos ha mejorado, y algunos hasta refunfuñan cuando llega el fin de semana. Grandmontagne siempre habla en plural, pero todos sus compañeros de claustro coinciden en señalarle a él como motor de este cambio. En las horas libres que le dejaba la docencia, trasteó con cables, buscó adaptadores y acabó instalando con sus propias manos la red wifi que hoy disfruta todo el colegio.

Su entusiasmo y el del resto de profesores, unido a la cesión de material que la empresa tecnológica Samsung hizo al centro hace algún tiempo, han resultado ser la combinación ganadora. A Grandmontagne le gusta decir que este colegio es como "un ser vivo", un organismo que, a sus 59 años, le ha reconciliado con su vocación. "La tecnología es aséptica, no es buena ni mala por sí sola. Todo depende de qué persona y desde qué posición la utilice. A mí me ha devuelto la ilusión de ser maestro".

El sonido del timbre anuncia el fin del recreo, y los alumnos de Infantil que juegan en el hall, reconvertido ahora en una colorida ludoteca, suben al primer piso para retomar las clases. Mientras que la profesora ayuda a los pequeños a encender sus tablets y a entrar en la plataforma Smile and Learn, con la que empiezan a trastear con números, aprenden vocabulario y pintan animales, Cristina se aproxima a la pizarra táctil del aula y escribe su nombre en letras mayúsculas, con una mezcla de picardía y esmero y bajo el atento escrutinio de sus compañeros.

En la clase de al lado, otro grupo de alumnos se afana con las multiplicaciones usando la aplicación Snapett. Desde su dispositivo, la profesora controla en tiempo real los aciertos y errores de cada uno, gráficamente diferenciados en verde y rojo. "¿De qué otro modo estos chicos habrían podido hacer 20 operaciones en tan solo una hora?", se pregunta. Además de mostrar cuántos intentos necesita para dar con el resultado, la plataforma ofrece al alumno la opción de corregirse a sí mismo. "Este método te permite evaluar la metodología de cada uno y ver lo disciplinados que pueden llegar a ser", comenta la maestra. "A medida que el niño progresa, la aplicación le sube al siguiente nivel".

El este colegio la tecnología está plenamente integrada en el aprendizaje.

Mientras tanto, el aula en el que los alumnos de quinto de Primaria dan su lección de ciencias sociales se encuentra en su momento más álgido. La profesora ha pedido voluntarios para exponer el esquema con el que cada chaval ha sintetizado la lección del día anterior, correspondiente a la organización territorial de España, y varias manos se alzan al instante como activadas por un resorte. La elegida finalmente es Aroa, que lanza su esquema a la pantalla de la pizarra para compartirlo con sus compañeros.

"Las fuentes de información hoy se han ampliado. Ya no tenemos sólo el libro. Tareas como hacer un esquema, que en papel requiere cierta orientación espacial compleja para un niño pequeño, pueden hacerlas gracias a una aplicación. La tecnología permite a los alumnos desarrollar lo que piensan más fácilmente", asegura Grandmontagne. Según expone el profesor, las múltiples formas de expresión que ha traído consigo esta pequeña gran revolución se han traducido en una mayor eficiencia. "Si no tuviéramos todos estos recursos, la producción de los chicos sería un 80% menor. Gracias a ciertas plataformas, pueden hacer 300 ejercicios en una mañana. Todo esto contribuye a su motivación y aumenta su confianza. Niños que antes quizá pensaban que no servían para nada ahora hacen trabajos que sus compañeros admiran".

Niños que antes quizá pensaban que no servían para nada ahora hacen trabajos que sus compañeros admiran

Marcelino Grandmontagne, profesor del Gumersindo de Azcárate

En este modelo de aprendizaje colaborativo, la función del lápiz y el papel no está relegada, sino reorientada. Mientras que el centro es el que proporciona a los alumnos los libros de texto y el resto de material escolar, los propios niños son quienes se responsabilizan de conservar sus tablets en buen estado. Esta misma responsabilidad es la que los profesores les inculcan desde el mismo momento en el que encienden los dispositivos, tal y como consta en el decálogo escrito en cartulinas que decora el aula de informática donde imparten programación. Frases como "no daré mi contraseña de internet a nadie, excepto a mis padres", "seré un buen usuario y no haré nada que pueda hacer daño a otras personas" o "nunca enviaré mi foto o cualquier otra cosa a alguien sin que mis padres lo hayan revisado" son algunas de las citas escritas a mano que recorren la pared. "Los alumnos son muy respetuosos, y esto que aprenden aquí luego lo trasladan a su casa. Son niños con mucho carácter, pero todos quieren trabajar", recalca Grandmontagne.

Para este profesor, lo único que importa es el aquí y el ahora. Sabe que el tiempo pasa rápido, demasiado rápido. También sabe que sólo un 10 o un 20% de los alumnos de este centro estudiarán Secundaria y que, cuando tengan 12 o 13 años, el porcentaje restante comenzará, casi con toda seguridad, a trabajar con sus padres. "Lo que a nosotros nos importa es que el tiempo que estén aquí se desarrollen como personas. La Educación Infantil y Primaria debe contribuir a que cada individuo empiece a expresar y a desarrollar lo que es en realidad".

Como profesor, asegura que él también aprende. Aprende que muchos exámenes son sólo "pura memoria", y que no hay una nota o una calificación capaz de medir las ocurrencias de Julio. O los abrazos de Andrea. "Un número en un niño no tiene mucho sentido si no sabes de dónde viene ni qué circunstancias tiene. Lo más importante de ese niño es lo que no se ve en la nota. La enseñanza tradicional tiende a uniformar y a clasificar en grupos de buenos, malos o regulares. La tecnología, en cambio, permite apreciar las otras inteligencias de los niños con más facilidad. Si ves esas capacidades y las potencias, ese niño creerá en sí mismo".

A falta de un año para alcanzar la jubilación, en la cabeza de este maestro aún no hay sitio para lecturas reposadas ni paseos por la playa. Su mente ahora mismo está puesta en la clase de mañana. Y en la reunión de formación de pasado mañana. Por eso, cuando se le pregunta qué hará cuando se jubile, responde esto: "Pues vivir. Saber hacerlo es algo importante. Tienes que vivir con pasión lo que haces. Si no, esto sería muy aburrido".

Aula de Infantil del centro Gumersindo de Azcárate.

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