Entrega de los Premios Nobel, alegato en favor de la educación

«¿De quién son los niños que cosen pelotas sin haber jugado con ninguna? Son nuestros niños. ¿De quién son los niños que extraen piedras y minerales? Son nuestros niños»

La ceremonia de entrega de los Premios Nobel se convirtió ayer en un alegato en favor de la educación. En el escenario once galardonados, diez hombres y una mujer, se oyeron estas frases:

  • «La educación que no puede ser privilegio de un grupo exclusivo».
  • Con la concesión del Premio Nobel de la Paz se ha reconocido un derecho «muy básico: el derecho a la educación y a una infancia segura, independientemente de la religión, el género o la etnia».
  • Ninguno habría logrado este galardón si no hubieramos tenido acceso a la educación, que nos ha permitió «realizar estos fantásticos logros».
  • «Si tenemos que ser capaces de abordar los desafíos a los que se enfrenta la Humanidad, la educación no puede ser privilegio para un grupo exclusivo. Es fundamental para el desarrollo y la coexistencia pacífica entre naciones y personas».
RUEDA DE PRENSA DE LOS PREMIOS NOBEL DE LA PAZ EN OSLO

La joven paquistaní Malala Yousafzai y el indio Kailash Satyarthi galardonados con el premio Nobel de La Paz

La adolescente paquistaní Malala Yousafzai y el presidente de la Marcha Global contra el Trabajo Infantil, el indio Kailash Satyarthi, recogieron ayer en Oslo el premio Nobel de la Paz e hicieron un llamamiento a la movilización en defensa de los derechos de los niños y contra la explotación infantil.

«¿Por qué los países que llamamos fuertes son tan poderosos creando hay guerras, pero tan débiles para traer la paz? ¿Por qué dar armas es tan sencillo, pero dar libros tan duro?», se preguntó Malala, a sus 17 años la más joven en ganar este premio.

Satyarthi criticó la cultura del «silencio» y de la «pasividad» y defendió globalizar la «compasión transformadora» para impulsar otra marcha mundial contra la explotación y la pobreza infantil.

Los premiados lanzaron un mensaje a favor de la tolerancia religiosa y cultural, abogando por la coexistencia entre distintas creencias y poniéndose como ejemplo para que sus países abandonen las disputas políticas en que llevan envueltos desde hace décadas. Así, mientras Malala confesó su alegría porque ambos muestren al mundo «que un indio y una paquistaní pueden estar unidos en paz y trabajar juntos por los derechos de los niños», Satyarthi se deshizo en elogios hacia la que llamó su «hija», tomó prestadas palabras de Jesucristo, Ghandi y el Corán, y recitó un mantra hindú.

«Una joven y un hombre más viejo, una de Pakistán y el otro de la India, una musulmana y el otro hindú; símbolos de lo que necesita el mundo: más unidad. ¡Fraternidad entre las naciones!», dijo el líder del Comité Nobel noruego, Thorbjørn Jagland, en la intervención que abrió la ceremonia, antes del agitado acto de entrega del premio.

Malala dedicó buena parte del suyo a recordar el tiroteo que sufrió hace dos años por parte de los talibanes en Pakistán por defender la educación femenina, un suceso que la convirtió en un fenómeno de alcance mundial.

«Tenía dos opciones, una era quedarme en silencio y esperar a que me mataran. La otra era hablar y luego que me mataran. Elegí la segunda», dijo la joven.

El atentado la ha hecho «más fuerte», aseguró Malala, prometiendo luchar hasta que cada niño vaya a la escuela y convencida de que nadie puede pararla, «o pararnos, porque ahora somos millones».

Satyarthi, quien recibió otra copia de su discurso en el estrado porque le faltaba una parte de la suya, elogió el progreso en las últimas décadas al reducir en un tercio la mano de obra infantil y a la mitad la cifra de niños no escolarizados, pero pidió inversión en educación a los gobiernos y más responsabilidad empresarial. «¿De quién son los niños que cosen pelotas sin haber jugado con ninguna? Son nuestros niños. ¿De quién son los niños que extraen piedras y minerales? Son nuestros niños», señaló.

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