La pública. La Junta desprecia la enseñanza pública

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Hasta el 6 de abril está abierta la ventanilla para solicitar plaza en los centros educativos y miles de familias gestionan estos días los papeles para que sus hijos accedan a los que son de su interés o conveniencia.

Y de nuevo también la Administración educativa de la Junta mañueca hace el ridículo más espantoso con la prohibición de pancartas promoviendo la matriculación en la escuela pública en algunos lugares de la comunidad. Ya resulta sorprendente que no sea la propia administración la que haga estas campañas, pero que encima se prohíba nos genera inmediatamente la certeza de que en este , como en otros tantos casos, se ha puesto al zorro a cuidar del gallinero de lo público.

Si aún tiene usted dudas al respecto les voy a dar algunas razones para llevar a su hijo o hija a la escuela pública. A saber:

La escuela pública no hace negocio con la educación. No gana dinero, porque la educación es un derecho y cuando se privatiza se diluye .

Porque el profesorado no ha sido elegido por otro criterio distinto que el mérito y la capacidad a través de unas oposiciones en las que todos concurren en igualdad.

Porque es la única que a día de hoy garantiza la atención a los más débiles, a los distintos, a los excluidos por las mil razones por las que seguimos discriminando a los que no que no pertenecen al común.

Porque la educación real implica hoy una coeducación en la diversidad.

Porque es laica y el conocimiento se cimenta sobre el rigor crítico, sobre la racionalidad y la tolerancia, no sobre dogmas religiosos ni prejuicios de clase.

Porque tiene los mejores resultados año tras año en la EBAU.

Porque es la columna sobre la que se asienta la igualdad de oportunidades para todos en nuestra sociedad con independencia de su origen social o económico.

Y porque esto es intolerable aún para las castas más reaccionarias de nuestro país. La igualdad de oportunidades, digo. Será que estas son cosas de comunistas y ellos, ya se sabe, están por la libertad.

La industria de la educación privada mueve en el mundo más de cinco billones -con b- de euros al año. En España, la cifra de beneficios que reporta esta actividad anualmente supera los 500 millones. La enseñanza en todos sus niveles, desde la infantil a los postgrados universitarios, hace tiempo que se considera un nicho de enorme interés para los grandes inversores de dinero, incluidos fondos de dudoso origen y personalidad.

Con estos datos es fácil deducir que en España no sólo son ya las potentes organizaciones católicas, que también, las que mueven los hilos en las instituciones con capacidad de decidir en materia educativa. Los partidos conservadores no muestran ni dudas, ni pudor alguno a la hora de legislar a favor de la enseñanza no pública. Últimamente asistimos a las aportaciones ultras de Vox en las escuelas, tan denigrantes para la dignidad humana y las libertades, que diluyen u ocultan el influyente bosque de intereses económicos.

Hace unos días la consejera de Educación de la Junta de Castilla y León ordenó retirar las pancartas colgadas en centros públicos de Salamanca y Valladolid, que promovían asociaciones de madres y padres, y cuyos contenidos trataban de favorecer la matriculación de alumnos “EN LA ENSEÑANZA PÚBLICA”. Una iniciativa que la propia consejería consideró todo un sacrilegio.

El argumento del gobierno regional para tal prohibición roza la indigencia intelectual: “No es posible, señalan, el uso de un edificio público para un fin de beneficio público”. No hay mayor evidencia de que la patronal de la enseñanza pública en Castilla y León trabaja a beneficio de sus competidores.

La patronal de los centros concertados -subvencionados con dinero público- sí pueden llenar ventanas y muros de sus colegios con lazos naranjas y pancartas contra la Ley Celaá. Y algunos directores provinciales y cargos institucionales sí pueden asistir sin reparos a actos contra la citada ley de Educación.

Todo esto. Y el pin parental que se extiende por territorios indios. Y la segregación por género en centros ultra católicos. Y los constantes recortes de presupuesto y de profesores. A todo esto, algunos muchos le llaman libertad. Esa hermosa palabra a la que acosan y manosean de nuevo desde las mentes más oscuras.

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