El fútbol, los bares, la escuela – Odiar la educación

  • … el abismo que existe entre la rigidez de la escuela fría y la laxitud del distanciamiento social en las terrazas

  • … cuestiones ignoradas en el debate público. Si de verdad interesa, ¿por dónde mejor para empezar a reconstruir el país?

El fútbol, los bares, la escuela

En la desescalada, a la educación se le otorga menos importancia que a otros sectores

Margarita-Leon-Borja

Margarita León Borja Profesora de Ciencia Política Universidad Autónoma de Barcelona.

Hay millones en juego. Transcurrida la emergencia sanitaria llega la negociación de la reapertura. El virus amenaza con causar pérdidas irreparables en sectores clave de la economía. Sólo el fútbol representa el 1,8% del PIB en España, con más de 200.000 personas empleadas en trabajos vinculados al deporte, el 1% de la población activa. El parón del fútbol hace peligrar importantes actividades adyacentes. Tiene un enorme efecto dominó: si no se celebran los partidos, no se pagan los derechos de retransmisión y se paralizan los contratos publicitarios. Acelerar las fases y reiniciar la Liga para evitar un colapso vertical sin precedentes.

En nuestra economía altamente terciarizada, todavía más se la juega el turismo. Con el 15% producto interior bruto, el turismo es el sector que más aporta a la economía nacional, por delante de la construcción. Se trata de un sector intensivo en mano de obra y, al igual que el fútbol, de su actividad dependen muchos otros sectores también fundamentales como el ocio, el transporte, la restauración y la hostelería.

No es necesario ser una apasionada del fútbol o del turismo de masas para entender lo que supone para nuestro sistema productivo una evolución más o menos acelerada de las fases hacia la nueva normalidad. Es comprensible la pugna entre territorios por abrir primero. Mientras mantenemos quizá viva la esperanza de futuros alternativos, más verdes, menos contaminantes o más tranquilos, la urgencia de volver a poner el motor en marcha para evitar el batacazo eclipsa las discusiones de más largo recorrido.

¿Y la escuela? ¿Qué perdemos si no abre? El sector educativo representa algo más del 4% del PIB, pero extrañamente consideramos que no significa una aportación a la riqueza nacional. Computa como gasto. Nada parece peligrar si esperamos a septiembre, así que en las prisas por abrir, las escuelas quedan fuera. Así de mal hacemos las cuentas. El primer dilema contable es cómo se reactiva una economía con los niños en casa. En nuestro país llevamos tres décadas asimilando la participación de las mujeres al mercado laboral a la participación de los varones. La menor brecha de género en cuanto a participación en el empleo se encuentra precisamente entre la franja de edad 25-45 años. La participación de las mujeres hace tiempo que dejó de ser circunstancial a la situación familiar. En España, las mujeres con estudios superiores que trabajan a tiempo parcial por motivos de cuidado infantil sólo representan el 18%, frente a porcentajes superiores al 40% en países como Francia, Italia y Reino Unido. No sabemos muy bien a quién fiamos el conflicto que supone conciliar la crianza con el empleo remunerado cuando una parte de la ecuación continúa paralizada mientras la otra inicia su apertura acelerada. Pero es esta una disyuntiva de carácter más instrumental que no conviene confundir con el segundo dilema más fundamental todavía: el que nos obliga a interrogarnos por el coste de postergar la reapertura de los centros educativos.

¿Cómo aumenta la enseñanza digital la desventaja de niños y niñas de hogares pobres? ¿Qué impacto tendrá en la salud física y mental un tan prolongado confinamiento? ¿Cómo incide el cierre escolar en la capacidad de aprendizaje? ¿Cómo influye la pérdida de espacios de sociabilidad? La escuela cumple una función social que va mucho más allá de la formativa, su ausencia nos priva de la principal herramienta que tenemos para combatir las desigualdades sociales en el tramo más determinante de nuestro ciclo vital. Si hiciéramos los cálculos bien, veríamos la cascada de problemas que se derivan de su cierre.

Cuando se cumplen 12 semanas desde el inicio del estado de alarma, la poca relevancia que ha tenido el cierre y la reapertura de las escuelas en el debate público encuentra pocos paralelismos en Europa. Mientras acumulamos evidencia científica en contra de la idea de los niños como grandes vectores de transmisión de la enfermedad, el abismo que existe entre la rigidez de la escuela fría y la laxitud del distanciamiento social en las terrazas, permanecerá en nuestra memoria colectiva como la historia de un profundo fracaso.

Para luchar contra la crisis sanitaria hemos visto un recinto ferial transformado en hospital, a la Unidad Militar de Emergencias en misiones humanitarias, hemos asistido a la medicalización de hoteles y a la reconversión de la industrial textil y manufacturera. Hemos visto a un Palacio de Hielo convertido en morgue. Una economía de guerra para un país en crisis. Todo ese esfuerzo excepcional parado a las puertas de la escuela. Para solventar la crisis educativa no ha habido reclutamientos exprés, ni fondos adicionales, no hemos asistido a operaciones especiales o soluciones creativas. Nada de declaraciones solemnes en horas de máxima audiencia. Todo el aparato del Estado, y su complejo sistema de gobernanza multinivel, achicado e inútil. La suerte de casi nueve millones de almas, el 19% de la población, en manos de familias y docentes. A la vez que estos últimos reclaman justamente ser los grandes damnificados por la nueva era del taylorismo en las plataformas educativas online, nos está llevando su tiempo entender que cuando los intereses entran en colisión, el vacío de representación siempre está en el mismo lugar.

Odiar la educación

Si un país tiene antes un plan para ordenar sus playas y terrazas que su sistema educativo algo no va demasiado bien

Pablo-Simon-Cosano

Pablo Simón Cosano Profesor Ciencias Sociales Universidad Carlos III de Madrid

Si un país tiene antes un plan para ordenar sus playas y terrazas que su sistema educativo, algo no va demasiado bien. A medida que ha ido avanzando el desconfinamiento, cada vez más voces han mostrado su preocupación por un fenómeno que muchos expertos apuntaban: la pandemia puede trasladarse en importantes desigualdades educativas.

Hay que empezar con un reconocimiento a muchos docentes, familias y estudiantes que, en un contexto difícil, han dado lo mejor de sí para intentar capear la situación. El confinamiento ha obligado a hacer un enorme esfuerzo de adaptación desde primaria a la universidad.

En cada sitio se ha hecho lo mejor que se ha podido o sabido. Sin embargo, esta vez lo sobrevenido de la pandemia no es excusa. Necesitamos hacerlo mejor para no agrandar los problemas que tiene nuestro sistema educativo en igualdad de oportunidades.

Los especialistas coinciden en que los procesos largos de desconexión del aprendizaje (como el verano) suelen tener un efecto más acusado en el deterioro de las habilidades cognitivas en las familias menos acomodadas.

La razón es que, mientras que las familias de bagaje sociocultural elevado pueden dar a los estudiantes otros estímulos complementarios al que reciben en la escuela (campamentos, clases particulares y se supervisan más actividades de deberes o lectura), no es así en los hogares más modestos.

Además, si a esto se suma que el 10% de los hogares de familias con miembros en edad escolar no tienen acceso a internet, las dificultades durante el confinamiento iban a ser inevitables.

Las primeras investigaciones sobre esta cuestión, desarrolladas en el Reino Unido, constatan que dichos argumentos tienen un sustento empírico. Los alumnos de familias acomodadas han pasado más parte del confinamiento centrados en el estudio que sus contrapartes de hogares modestos.

También se comprobó que aquellos alumnos pudieron mantener contacto con sus profesores vía online, en parte también por tener un hogar más preparado para el aprendizaje (como un sitio de estudio propio).

Finalmente, se ha comprobado que en los hogares más acomodados los padres se implicaron más en la formación de los menores, bien por tener más capital cultural, bien por tener el tiempo para ello.

En el próximo curso se va a intentar mantener la distancia social, pero no hay ni infraestructuras acordes ni docentes suficientes para grupos reducidos. Mientras, las escuelas se resisten a abrir su actividad, aunque no sea reglada, en verano, y la docencia online se prefigura como un modo de dar una patada hacia adelante a riesgo de deteriorar la calidad de la enseñanza.

Ninguna alternativa es sencilla, pero quizá lo más sangrante sea hasta qué punto estas cuestiones son ignoradas en el debate público. Si de verdad interesa, ¿por dónde mejor para empezar a reconstruir el país?

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