Pablo Iglesias defiende la Escuela en la que estudió: la Pública de Soria.

Recuerdos infantiles, con olor a tiza y ruido de sacapuntas, invadieron el escenario del CEIP Numancia según Pablo Iglesias iba moviendo los hilos de un pasado muy vinculado a Soria.

En este mismo salón interpretó su primera obra de teatro, con un papel de ratoncito gris, ajeno todavía a los múltiples colores de las mareas reivindicativas que suben, más que bajan, en la sociedad española actual, reclamando unos derechos públicos básicos que “al privatizarse se convierten en privilegios”.

La profesora que le enseñó a leer le subió al primer peldaño de una escalera circular, donde los giros del conocimiento llevan al saber pensar pero, sobre todo, a ser persona. En definitiva, lo que llamamos educación, ese arma tan poderosa que permite mover el mundo, como dijo Mandela, y no un producto al servicio de los intereses empresariales, como desvirtúan las actuales políticas educativas. Pablo Iglesias aprendió tolerancia cuando tuvo que asistir a las clases de religión porque no había otra alternativa. Admiró al sacerdote que no adoctrinaba porque tenía más interés en que aquellos niños traviesos, que lanzaban pelotitas de papel a fuerza de soplo, aprendieran teología.

Finalizado este viaje mágico con destino a la vida adulta, el ponente quiso conocer las realidades e inquietudes de los asistentes, quienes pusieron la voz de una Soria, conocida como la pequeña Finlandia a nivel educativo, pero estrangulada por el nudo de la despoblación.

Pablo Iglesias apostó por la capacidad de toda persona para aflojar cualquier lazo que oprima y suprima, recuperando el espíritu mismo de la democracia como gobierno de un pueblo al que preocupa preservar una educación pública de todos y para todos.

Y es que, no hay ciudadanos de primera y segunda cuando todos tenemos las mismas oportunidades, además del derecho a elegir, a ilusionarnos, y, de manera particular, a soñar.


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