La Filosofía importa. Eso es Filosofía

La filosofía nos aporta herramientas concretas para el análisis y la reflexión que nos pueden permitir, con otros, pensar y actuar con mayor claridad

La enseñanza de la filosofía es crítica, pero no puede defenderse contra el resto de disciplinas que contribuyen igualmente al desarrollo del pensamiento crítico. Defender la filosofía requiere remangarse y alejarse de lugares comunes.

Hace cincuenta años, ocho activistas ejecutaron un robo ideado por William Davidon, un profesor universitario de física y matemáticas preocupado por la salud de la democracia: sustrajeron e hicieron públicos un buen número de documentos de una oficina del FBI, en Media, Pennsylvania. Estos documentos demostraban los intentos sistemáticos del FBI de eliminar las voces disidentes dentro de la política norteamericana. La publicación por parte del Washington Post de estos documentos, filtrados anónimamente, supuso un punto de inflexión en la política estadounidense y en la gestión del FBI. El grupo que llevó a cabo la acción, autodenominado “Comisión de ciudadanos para la investigación del FBI”, tenía inicialmente un miembro más entre sus filas. Uno que, en mitad de los preparativos, decidió no continuar con el plan. Este noveno integrante conocía los entresijos del plan y los nombres de las personas involucradas. Durante la investigación del FBI, tras el robo, amenazó con delatar a sus compañeros, poniendo en grave peligro sus vidas y las de sus familias. Era profesor de filosofía.

A finales de 2020 se puso en marcha, una vez más, una campaña en defensa de la filosofía. En esta ocasión, la campaña fue motivada por la negativa del gobierno a aprobar la propuesta de enmienda de la Ley de Educación que daba mayor presencia en el currículo a las asignaturas de filosofía. Parte de la campaña se desarrolló en Twitter, donde los hashtags #NoSinÉtica y #SalvemosLaFilosofía fueron utilizados, junto con otros, para defender el carácter irrenunciable de la filosofía.

En octubre de 2021 tuvo lugar una campaña similar, esta vez bajo el hashtag #EnDefensaDeLaFilosofía. La recurrente necesidad de defender la importancia de la filosofía está estrechamente ligada a la cuestión de su utilidad. ¿Para qué sirve la filosofía? ¿Qué aporta la filosofía que la convierte en indispensable? Esta pregunta surge una y otra vez cuando la filosofía está de por medio. La respuesta que habitualmente se da a esta pregunta es casi tan automática como continuar un refrán o una canción popular cuando oímos la frase inicial. “Al pan, pan… Y al vino, vino”. “La filosofía sirve para… Fomentar el pensamiento crítico”. Esta fue también la opinión que expresaron miles de usuarios a través de Twitter.

¿Qué es esto del pensamiento crítico? ¿Cómo contribuye la filosofía a su desarrollo? No está tan claro que la filosofía haga una contribución más relevante que otras disciplinas al entrenamiento de quienes tienen que pensar críticamente

La filosofía desarrolla el pensamiento crítico y nos hace mejores ciudadanas, suele decirse. Esta afirmación, sin embargo, frecuentemente deja frío no solo a quien mira con cierto recelo a la filosofía sino también a quien pregunta con verdadero interés. ¿Qué es esto del pensamiento crítico? ¿Cómo contribuye la filosofía a su desarrollo? No está tan claro que la filosofía haga una contribución más relevante que otras disciplinas al entrenamiento de quienes tienen que pensar críticamente, ni que las personas que se dedican profesionalmente a la filosofía sean mejores ciudadanas que otras personas ajenas a la disciplina. En el ejemplo inicial, el profesor de filosofía está más cerca de ser el villano que el héroe. También fue quien “pensó peor”, incapaz de reconocer la importancia de la acción, la plausibilidad de la misma y las consecuencias que podía tener para una causa en la que creía. Y este no parece ser un caso aislado: abundan los filósofos cuyo comportamiento público es cuestionable, por decirlo suavemente (ver aquí). Empiezan a ser legión también quienes, frente a los argumentos esgrimidos en las últimas campañas en favor de la filosofía, reaccionan acusando a la disciplina de inocular el germen del patetismo grandilocuente en opinadores de gran alcance. Si esa es la defensa de la filosofía y esos son sus paladines, quizás estamos mejor sin ella.

¿Qué tiene que ver el pensamiento crítico con la filosofía? Veamos un ejemplo claro de pensamiento crítico. Julia, influenciada por las noticias y el pánico en su entorno, está convencida de que tiene COVID porque tiene tos y fiebre. En lugar de dejarse llevar por esta primera impresión, busca la información relevante, aplica el Teorema de Bayes y descubre que la posibilidad real de estar contagiada dado que tiene los síntomas asociados con la enfermedad es razonablemente baja, lo cual le sirve para ser capaz de comportarse del modo más seguro para ella y para el resto. Aplicar correctamente el Teorema de Bayes es un caso claro de “pensar mejor”, de pensar “críticamente”. Entendido de esta forma, ¿qué hay de genuinamente filosófico en ser capaz de pensar críticamente? ¿No son otras disciplinas, como las matemáticas o el póker, mejores alternativas para entrenarnos en esto de pensar críticamente?

Aunque quizás no sea la idea más popular jamás expresada, nos parece obvio que el pensamiento crítico no es patrimonio exclusivo de la filosofía. La filosofía no nos hace mejores ciudadanas necesariamente, ni contribuye al desarrollo del pensamiento crítico más que otras disciplinas. Esto es compatible, sin embargo, con afirmar que la filosofía puede ofrecer algo específico e importante. Hay al menos una práctica, la de “razonar con otros” a través del desacuerdo, a la que la filosofía puede contribuir (y ha contribuido) de manera crucial. El carácter dialógico de algunas maneras de pensar, la actividad de entrar en desacuerdo con otras personas, permite a la filosofía hacer una contribución original hasta ahora, específica de la disciplina, a la cuestión del pensamiento crítico.

La parábola de Davidon y el desacuerdo

El robo de los archivos del FBI en Media se llevó a cabo el 8 de marzo de 1971, el mismo día en el que se celebraba el primer combate entre Ali y Frazier. Ali acababa de salir de la cárcel por negarse a participar en la guerra de Vietnam. Frazier había apoyado la intervención militar explícitamente. La expectación que el combate había generado aseguraba para los ladrones la mejor distracción posible.

El día del robo, esto resultó providencial: permitió improvisar, acomodarse a las circunstancias inesperadas y llevar a cabo la acción con éxito. Ninguna de las personas del grupo recuerda de quién fue la idea de llevar a cabo el robo justo ese día. El proceso de preparación del robo se abordó como una serie de problemas prácticos en cuya solución dialogada todos participaban. Pensar críticamente es, también, pensar con otros.

Aunque ha ocupado un lugar relevante en la discusión filosófica desde el inicio de la disciplina, la cuestión del desacuerdo es uno de los campos de estudio de la filosofía que más atención ha recibido en las últimas décadas. Acerca de esta cuestión la filosofía hace una aportación única a través del análisis conceptual, fundamentado en nuestra mejor evidencia empírica y en la intuición de hablantes competentes. Dos preguntas esenciales para esta cuestión, a las que ha contribuido la filosofía, son: qué es estar en desacuerdo y cuántos tipos de desacuerdos pueden distinguirse.

Para que una discusión sea fructífera, para que nos permita pensar críticamente con otros, debemos al menos asegurarnos de dos cosas: que estamos hablando de lo mismo y que estamos concibiendo la disputa de la misma forma. Es infrecuente que una de las partes hable de peras mientras que la otra habla de manzanas, si ambas creen estar hablando acerca de lo mismo. Normalmente sabemos de qué estamos hablando. Lo que sí puede ocurrir es que terminemos dándonos cuenta de que en el fondo estábamos usando conceptos diferentes, a pesar de que estemos usando las mismas palabras. Estas situaciones requieren claridad, honestidad y, en ocasiones, negociación. Una de las contribuciones históricas de la filosofía a esta forma de pensamiento crítico ha sido dotarnos de herramientas para identificar este tipo de situaciones, hacer explícitos nuestros presupuestos y ser capaces de negociarlos de manera fructífera. El estudio de las “negociaciones metalingüísticas” ha sido una de las aportaciones importantes de la filosofía reciente a este campo (Plunkett 2015; Plunkett & Sundell 2021).

No es lo mismo discutir acerca de si algo es justo, bello, etc., que discutir acerca de cuál debería ser el significado de “justo”, “bello”, “temazo” o “fuera de juego”. Cuando nuestras desavenencias se centran en cómo son las cosas, son desacuerdos factuales. Se trata de discusiones en las que ambas partes suelen partir de un acuerdo: dónde hay que mirar en el mundo para zanjar la cuestión. Supongamos que discutimos acerca de si una canción concreta es de Stevie Wonder o de Marvin Gaye. Por cabezonas o exigentes que sean, las partes estarán de acuerdo en cómo puede resolverse el desacuerdo: comprobando de hecho cómo son las cosas. No se da este tipo de acuerdo previo en discusiones de tipo normativo. No acerca de cómo son las cosas, sino acerca del estándar que debería adoptarse, el principio que debería seguirse, para zanjar la cuestión. Por ejemplo, pensemos en un desacuerdo acerca de qué es lo más relevante para determinar si la canción Blurred Lines es un plagio de Got to give it up. Pharrell Williams, el compositor de la primera, fue condenado a pagar a la familia de Marvin Gaye, el compositor de la segunda, a pesar de que las canciones no compartían letra, patrones rítmicos, melódicos o armónicos, porciones significativas de las líneas de bajo, etc. Es una discusión normativa la que nos lleva a cuestionarnos junto con otros cuáles deberían ser los criterios para que pudiéramos decir que una canción es un plagio de otra. Estas discusiones no se zanjan mirando al mundo; admiten mejores y peores soluciones, más o menos razonables.

Otro rasgo que puede exhibir un desacuerdo y que debemos tener en cuenta es su carácter simétrico o asimétrico (Kelly 2011). Nuestra interlocutora puede tener la misma competencia y el mismo acceso a la evidencia relevante que nosotros, puede ser mejor que nosotros y también peor. En uno de sus vídeos, el popular pizzero Pino Prestanizzi se muestra en desacuerdo con el youtuber Dryan Eats, quien afirma que la comida de la cadena Pizza Hut está buenísima. Dryan Eats dice de una pizza de esta cadena que tiene “una base de tomate con mucha profundidad en el sabor”. Pino Prestanizzi reacciona a esta afirmación indignado: “Ahora empiezo a enfadarme”. “Para criticar hay que saber. No es un crítico culinario, puede hacer monólogos de humor. De pizza no tiene ni idea”. Está dejando claro que no se trata de un desacuerdo simétrico: la otra parte no tiene la misma competencia. La actitud recomendable tras reconocer que nos encontramos en una situación de desacuerdo, decidir entre rebajar nuestra confianza en nuestra creencia inicial o mantenernos firmes en nuestra posición, no solo depende del tema sobre el que se discute y de los rasgos del caso particular. A menudo, la competencia de nuestra interlocutora es una pieza de información relevante más a la que prestar atención a la hora de decidir cuál será la actitud apropiada a adoptar en dicha situación.

El desacuerdo también puede ser público o privado. Una discusión pública se desarrolla ante una audiencia potencialmente variada, con un tamaño no necesariamente determinado, y está orientada a la consecución de objetivos prácticos relacionados con la agenda de las partes y que involucran, por lo general, la opinión de la audiencia. Las discusiones privadas ocurren, por el contrario, en situaciones en las que la variabilidad y el tamaño de la audiencia tienden a reducirse, destinadas a la consecución de objetivos que pueden ser variados, personales y no necesariamente ligados a la agenda de alguna de las partes. Las consecuencias de la situación anterior para la cadena de restaurantes Pizza Hut habrían sido muy diferentes si este desacuerdo no se hubiera producido públicamente en un vídeo con casi cien mil reproducciones. No digamos si quien toma partido en la discusión no estuviera tratando de hacer humor, como es el caso, y lo dijera en representación de una institución pública. Es un error común pensar en los desacuerdos públicos bajo el modelo de los desacuerdos privados. Este tipo de fallos dificultan cómo procesamos la información, favorecen la propaganda y ponen en peligro la idea misma de la deliberación política.

¿Qué significa pensar críticamente con otros?

Pensar críticamente con otros requiere que seamos capaces de identificar en qué tipo de desacuerdo nos encontramos. Cada tipo de desacuerdo lleva bajo la manga unas reglas particulares de conducta, normas que pueden propiciar que la conversación sea fructífera o que termine en una trifulca, una pérdida de tiempo, o una promesa solemne de no volver a dirigirse la palabra. Además, ser conscientes de la multiplicidad de tipos de desacuerdo es esencial para evitar desacuerdos cruzados (Osorio & Villanueva 2019; Almagro, Osorio & Villanueva 2021), situaciones en las que las partes dan muestras de estar concibiendo la discusión en términos diferentes. Una parte, por ejemplo, concibe la discusión como si fuera factual, una que se resuelve apelando a datos, mientras que su interlocutora trata la disputa como si fuera una de naturaleza normativa, donde los datos no necesariamente zanjan la discusión. Estas situaciones de desacuerdo cruzado son problemáticas porque frecuentemente dificultan el entendimiento y la coordinación, y están estrechamente vinculadas con el aumento de la polarización.

Pensar críticamente con otros, alcanzar conocimiento tomando en consideración la posición de otras personas, requiere ser capaces de identificar el tipo de desacuerdo en el que nos encontramos y el tipo de información que estamos comunicando. No es lo mismo pensar de manera virtuosa, de manera crítica, cuando uno está en un desacuerdo metalingüístico que cuando uno está en un desacuerdo factual o normativo, o en un desacuerdo cruzado. El estudio filosófico de estos fenómenos permite hacer una contribución importante al desarrollo del pensamiento crítico.

La filosofía no nos hace mejores personas ni ciudadanas más críticas. Tampoco nos convierte en charlatanes. Quienes acusan a la filosofía de fomentar la escritura vacía y grandilocuente deberían, pensamos, escoger con mejor tino lo que leen, en lugar de generalizar sobre sus tristes elecciones. La filosofía nos aporta herramientas concretas para el análisis y la reflexión que nos pueden permitir, con otros, pensar y actuar con mayor claridad. La enseñanza de la filosofía es crítica, pero no puede defenderse contra el resto de disciplinas que contribuyen igualmente al desarrollo del pensamiento crítico. Defender la filosofía requiere remangarse y alejarse de lugares comunes. El profesor de filosofía que amenazó con delatar a sus compañeros de la “Comisión de ciudadanos para la investigación del FBI” cambió finalmente de parecer y ayudó al análisis y a la difusión selectiva de los documentos robados al FBI. Ser capaz de reconocer los errores y cambiar de opinión con la ayuda de otros es, también, la marca de la filosofía.

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