Fallece el filósofo italiano Umberto Eco

La educación en el diálogo es una de las bases de la cultura democrática.

«La función de la cultura es generar un crecimiento colectivo. Este crecimiento, dentro de los márgenes de la libertad de expresión (en caso contrario, se habla de dictadura), se articula siempre como una crítica a lo que dice el otro. Es el modelo ideal del diálogo socrático: uno se levanta y toma la palabra, y luego lo hace el otro, sea el maestro, el amigo o quien sea. Se levanta y, a su vez, expresa su desacuerdo, y así sucesivamente. Esto, por supuesto, es aplicable tanto para la sociedad como para los individuos: la cultura personal requiere la crítica de los demás.»

Se ha apagado un eco extraordinario

  • Fallece Umberto Eco, una voz crucial en el pensamiento cultural del siglo XX.

Diario Público

Umberto Eco fue durante décadas un filósofo e intelectual inquieto, que se hacía preguntas y merodeaba las respuestas con voracidad de curioso insaciable. Sobre todo, fue siempre un gran apasionado de la cultura.

En 1964 publicó un libro que marcó época y que es referente para cualquiera interesado en entender qué demonios es eso a lo que llamamos cultura: Apocalípticos e integrados.

Ahí fijaba una discusión que llevaba en marcha, como mínimo, desde la Revolución Francesa: la de quienes defendían la cultura como un saber que había que preservar por una elite de entendidos que la mantuvieran a salvo de las tentaciones de la vulgarización que terminaría por destruirla (los apocalípticos) o los que creían que la cultura debía hacerse popular, hacerse accesible y llegar a más gente para hacer que sus vidas fueran extraordinarias (los integrados), a pesar del riesgo de convertirla en un producto de masas.

Eco se movía entre los dos territorios con su aguda mirada inconformista: cuando estaba en territorios apocalípticos se mostraba sarcástico con esa aristocracia cultural que hacía de la cultura algo estático y apolillado. Cuando tocaba acercarse a la cultura de masas era muy crítico con la banalización de la prensa y los efectos de internet como caja de ruido donde los mensajes perdían el sentido.

Eco era un hombre de una inteligencia pasmosa. Le acusaban desde algunos sectores de ser un gran profesor de teoría de la comunicación y las estructuras narrativas, pero que era fácil criticar los toros desde la barrera.  Y decidió demostrar que construir una novela no era tan difícil.

Y escribió en 1980 El nombre de la rosa, que inauguró lo que podría denominarse como “thriller cultural”. Una etiqueta kitsch que le habría encantado y horrorizado al mismo tiempo. Lo que podía haber sido la veleidad de un profesor de poner su pica en el Flandes de la narrativa resultó un libro maravilloso. Y, además, tuvo un efecto sorprendente: gustó a los críticos exigentes y encandiló al público en general. Una pirueta fantástica entre alta y baja cultura en la que introducía una trama policiaca en un contexto tan culto como una abadía benedictina dotada de una gran biblioteca, con las muertes que empiezan a acontecer alrededor de un libro eternamente buscado por los especialistas: la Poética de Aristóteles.

Inolvidables el investigador –el franciscano Guillermo de Baskerville– y su fiel ayudante, Adso. Eco tomó todos los clichés de la novela negra y la novela histórica: la ambientación de época, la pareja de investigadores, los crímenes seriados, las pistas falsas, y los convirtió en una obra de gran altura literaria para demostrar que la cultura es algo poroso y que, en realidad, las propias calificaciones estrictas entre “apocalípticos” e “integrados” son tan relativas como la vida misma.

A continuación, cuando los que no lo conocían esperaban una carrera de novelista de éxito, se encontraron con nuevos artículos y ensayos en el entorno de la narrativa, la semiótica y la comunicación. Tardó 8 años en publicar su siguiente novela.

El péndulo de Foucault fue otra de sus monumentales bromas serias, un pastiche entre lo cultural, lo científico y lo esotérico, con cargas de profundidad hacia la religión, mucho más compleja de lectura que El nombre de la rosa. Porque él siempre fue un ensayista y un reflexionador. Las novelas eran prácticas de laboratorio de sus ideas y maneras de introducir artefactos singulares y provocadores en el debate.

En sus últimos años, Eco vivió tratando de buscar el sentido de la belleza en las artes y batallando en su crítica a unos medios de comunicación que habían arrinconado la cultura. Hace unos años publicó un cruce de cartas con Emmanuelle Carrère que dio lugar a un delicioso ensayo titulado Nada acabará con los libros.

Ya con 80 años, Eco seguía alzando la voz para decir que la lectura es una de las actividades no solo más nobles, sino más necesarias para la Humanidad: “El libro es como la cuchara, la rueda, las tijeras… una vez inventadas no se puede crear ya nada mejor”. Y defendía con pasión que, fuese en hoja de papel o en el soporte que fuese, “el libro había superado la prueba del tiempo y nunca dejaría de ser lo que es”.

Se ha ido a los 84 años y deja uno de esos silencios que no sabemos si podremos llenar.

texto Antonio Iturbe

Fallece Umberto Eco a los 84 años

  • El escritor italiano ha fallecido en su casa a los 84 años. Alcanzó el éxito con la novela ‘El nombre de la rosa’

eldiario.es

El escritor y semiólogo italiano Umberto  Eco  falleció este viernes en su casa a los 84 años, informó hoy el diario La Republica.
Según el rotativo italiano, la muerte del autor de «El nombre de la rosa» ocurrió en torno a las 22.30 hora local (21.30 GMT) y fue confirmada por la familia.  Eco  nació en Alejandría el 5 de enero de 1932, y destacó como semiólogo, filósofo y escritor.

Tras conocer la noticia, el primer ministro italiano, Matteo Renzi, expresó sus condolencias a la familia y destacó de  Eco  su «inteligencia única» capaz de «anticipar el futuro».  «Fue un ejemplo extraordinario de intelectual europeo, unía una inteligencia única con una incansable capacidad de anticipar el futuro», destacó Renzi, según informan los medios locales. «Es una pérdida enorme para la cultura, que echará de menos su escritura y su voz, su pensamiento agudo y vivo, su humanidad», concluyó.

Entre los mayores éxitos de  Eco  se encuentra, además del citado «El nombre de la rosa» publicado en 1980, también «El péndulo de Foucalt» (1988), una novela que narra la historia de tres intelectuales que inventan un supuesto plan de los templarios para dominar el mundo.

Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el 2000, escribió su último libro el pasado año con el título «Número cero», una crítica al mal periodismo, la mentira y la manipulación de la historia.

En una entrevista con Efe en abril pasado en su casa de Milán, frente al castillo Sforzesco, cerca del Duomo, tras publicar esta su última novela,  Eco  declaró es una parodia sobre estos tiempos convulsos porque «esa es la función crítica del intelectual».
«Esa es mi manera de contribuir a clarificar algunas cosas. El intelectual no puede hacer nada más, no puede hacer la revolución. Las revoluciones hechas por intelectuales son siempre muy peligrosas», precisó.

«Número Cero» es una novela periodística, más breve que las anteriores, que solían tener 600 páginas; por eso suena de diferente manera, según su autor. «Esta me ha salido con ritmo de jazz, las otras eran como una sinfonía de Mahler y esta es más de jazz por el argumento, con temas más rápidos, como es el periodismo», declaró a Efe.

La historia de su último libro comienza con la creación, por parte de un empresario italiano (que hace pensar en Silvio Berlusconi) de «Número cero», un ejemplar de un periódico en pruebas que se desarrolla en 1992.
Este periódico quiere salir con la intención no de informar sino como herramienta de poder para meter presión, desacreditar a políticos y rivales o crear informes, noticias falsas y complots.

«Desde hace más de diez años tenía esta novela en mi cabeza, siempre he querido hablar de los problemas del periodismo y ahora también de Internet, donde se puede mentir mucho. Yo lo utilizo -añade-, por ejemplo, para esta novela, donde me he informado sobre la autopsia de (Benito) Mussolini».

«Pero internet es como el automóvil, no se puede pasar la vida en internet como no se puede estar todo el día en el coche», advierte.

Y es que «Numero cero», además de ser una radiografía sobre lo peor del periodismo, del poder y la corrupción -«no son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia», dice un personaje-, es también la visión de Italia de los últimos 30 años.

Una Italia cuya historia es la de «un pueblo de puñales y venenos», como dice una de las protagonistas. «Elegí 1992 para situar el libro porque en ese momento hubo esperanza, nació ‘Manos Limpias’ y parecía que todo iba a cambiar, la lucha contra la corrupción, pero llegó Berlusconi y las cosas fueron justo al contrario».

El libro termina con sabor agridulce porque si bien antes todo era más opaco, y a quien revelase información o descubriera, algo importante, le podía costar la vida, «hoy, cuando afloran los nombres de corruptos o defraudadores y se sabe más, a la gente no le importa nada y solo van a la cárcel los ladrones de pollos albaneses», dice  Eco .

Además de sus novelas, de las que ha vendido más de 30 millones de copias de todo el mundo, según los medios italianos,  Eco  destacó también por ser autor numerosos ensayos sobre semiótica, estética medieval, lingüística y filosofía.
Su primera obra de semiótica fue «La structura assente», publicada en 1968, y a ella le siguieron «Forme del contenuto» y «Il segno» (1973), dos aclaraciones de la primera que culminaron en una obra más completa sobre la materia, «Tratado de semiótica general», publicada en 1975.

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