La larga marcha

222 años después las mujeres siguen ocupando un lugar privilegiado en el cadalso y hacen cola en las tribunas.

Ana Gaitero 08/11/2015

Hombre, eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta». Olympe de Gouges abrió con esta frase la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791. Arrancaba, en plena revolución francesa, la larga lucha por los derechos de las mujeres. Hubo precursoras anteriores, como Christine de Pisán en el siglo XV, autora de la bella utopía de «La ciudad de las mujeres».

«Si la mujer puede subir al cadalso, también se le debería reconocer el derecho de poder subir a la Tribuna», increpó a los revolucionarios que pedían derechos para el pueblo llano olvidándose del 50% de la población, las mujeres. Dos años después, el 3 de noviembre, su cabeza rodó bajo una guillotina en París. Se cumplen 222 años de su ejecución y las mujeres, aún, ocupan un lugar ‘privilegiado’ en el cadalso y siguen en la cola de las tribunas.

¿Estado, eres capaz de ser justo? Como si fuera la voz de Olympe de Gouges, el clamor colectivo de la sociedad civil del siglo XXI resonó ayer en las calles de Madrid para exigir que la violencia hacia las mujeres sea una cuestión de Estado. Porque 1.300 asesinatos de mujeres en 20 años es una cifra más que suficiente para que se equipare en su lucha al terrorismo y porque «no queremos ni una más, ni una menos».

La dama desconocida

Desde que Olympe exigió sitio en la tribuna para las mujeres se ha avanzado mucho en derechos, aunque ella sigue sin ocupar un lugar en el Panteón. La lucha feminista es también una gran dama desconocida.

Incluso en una manifestación multitudinaria como la de ayer, encabezada singularmente por colectivos de mujeres y supervivientes de la violencia, las cámaras disparaban a las caras de los líderes. Pablo Iglesias, al que gritaban ¡presidente, presidente! desde las aceras, el secretario de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo, casi levitaban entre la marea violeta, escoltados por un cordón humano. Ellas, las alcaldesas de Madrid y Barcelona, Manuela Carmena y Ada Colau, también estaban allí.

Un día histórico

El #7N marca un punto de inflexión en la lucha contra la violencia machista. Un día histórico en el que la sociedad civil, muchas, muchas mujeres, y también hombres, muchas y muchos jóvenes, también León, con la pionera pancarta de los Lunes sin Sol al frente, tomaron la calle con coraje. «Aquí estamos, nosotras no matamos», decían. El feminismo es pacifismo y humanismo. Hasta ahora habían sido los asesinatos como el de Ana Orantes, quemada viva por su ex marido en 1997, o la matanza de mujeres del último estío, los que habían marcado el ritmo de las reacciones, que no acciones, institucionales.

Ahora, la sociedad da un paso al frente. Dice basta. Para que el Estado se ocupe, que el Gobierno actúe. Con grandes manifestaciones y a la eficaz medida de la pequeña escala. En La Robla hay un nuevo ejemplo. El instituto Ramiro II y el colegio Emilia Menéndez trabajan con toda la comunidad.

Y Rajoy, ¿Qué hace? Nada. Sólo espera recoger los réditos de no hacer nada en Cataluña mientras agita el miedo al independentismo y el nacionalismo anticatalanista en el resto del Estado. Escupen unidad aquí y allá, tras socavarla día a día.

Con igual descaro que el concejal de Turismo y Comercio de León afirma que él sólo sabe de lo suyo (despachar vinos y pronto comida rápida), aunque promete servir a la ciudad (y a sí mismo sobre todas las cosas) y se queja de la lentitud de las licencias municipales. La ciudadanía espera meses, años o hasta que la muerte acecha por servicios básicos. Pero el señor Llamas lo ignora.

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